“Ong Namo” y mi regreso de las madrugadas.

Hace un ratito, mientras escuchaba la meditación de Snatam Kaur cantando Ong Namo (sé que para muchos estoy hablando en chino, pero denme un ratito y les explico) me di cuenta que estoy de regreso, en algún momento me fui y por un ratito estuve en pausa.

Las cosas fueron así: cuando estaban sucediendo los días y las noches en que estaba con una profunda tristeza y mucha incertidumbre por lo que estaba pasando con el que era mi pareja en Montreal, recuerdo que hacía muchísimo calor y las noches eran complicadas, despertaba mucho, casi cada hora, porque mi corazón y mi cabeza no tenían paz, además del calor insufrible que sentía en el cuerpo y aún abriendo las ventanas de par en par, nada refrescaba, así que las madrugadas eran, literal, un infierno. En esas horas, que generalmente oscilaban entre las 3 y 4 de la mañana, hacía lo que fuera por tratar de dejar de pensar, penar, tener paz y dormir un poco, y una de las cosas que hacía era poner en mi celular meditaciones que me dieran un poco de tranquilidad, ahora supongo que con la ventana abierta los vecinos meditaban conmigo. Una de esas meditaciones era una que se titula Ong Namo Gurudev Namo, es un mantra de conexión que se dice que nos conecta con nuestro Maestro o Guía Interior y con la Sabiduría Universal (les repito, yo hacía lo que fuera, rezaba, meditaba, corría, tomaba terapia, lo que fuera para sentir paz) y me parecía linda la idea de conectar conmigo misma y mi sabiduría, además era una “canción” (si se le puede llamar así) cantada por mujer norteamericana que se llama Snatam Kaur Khalsa y que interpreta música devocional de la india y recorre el mundo como activista de la paz, tiene una voz preciosa y sus meditaciones o mantras provocan una sensación de mucha tranquilidad.

Recuerdo que en esas noches me acompañaba con ese mantra y se me escurrían las lagrimas, yo pensaba entonces que quizá no estaba haciendo conexión con ningún maestro porque paz, lo que se dice paz, no sentía. Luego venía el día y, como sea, entre citas con médicos con mi mamá, trabajo, mis perros y mis hijos, aunque no pensaba en otra cosa más que encontrar respuestas a lo que estaba sucediendo, lograba pasar el día, ahhhh pero las madrugadas eran terribles, incluso me daba miedo dormir porque sabía que no iban a ser unas horas fáciles. Lo único que me ayudaba era que cuando por fin daban las cinco y media de la mañana, pensaba que ya casi me tendría que levantar y por fin había pasado un día más. Así pasaron las noches, las madrugadas y los días y poco a poco fue bajando el calor de los 33 grados centígrados y el dolor del corazón. Hasta que un día me di cuenta que podía pasar la noche entera sin despertar y lograba llegar a las cinco y media sin haber despertado cada hora o estar despierta desde las tres. Lo consideré un logro personal.

La vida siguió su curso, muchas cosas han pasado y otras dejaron de pasar desde entonces, cambié los mantras y las meditaciones por unas en español de una app que se llama “Pura Mente” que me gusta mucho (no me están pagando por este anuncio pero deberían), las pongo justo antes de dormir y como yo caigo a los 3 minutos, las repito al despertar, así que por muchos meses dejé de escuchar Ong Namo y quizá mi Maestro o Guía y el Universo me extrañaron porque nunca volví con mi amiga Snatam.

Ayer empecé con un proceso viral en el cuerpo, me sentí agotada todo el día, me dolió mucho la garganta y tuve migraña hasta hace como tres horas que por fin me abandonaron los martillazos en la cuenca del ojo. Hoy amanecí mejor, tenía una comida a la que me hubiera encantado ir porque me hacía mucha ilusión pero, aunque estoy mejor, me pareció muy imprudente ir ante la posibilidad de provocar un contagiadero. A medio día leí un texto de una escritora colombiana que se llama Juliana Muñoz del Toro, es también bordadora y por eso la conozco, pero tiene una suscripción mediante la cual te llegan textos muy lindos y el que me llegó en la semana se trataba acerca de escribir. Me inspiró a retomar algo que llevo meses escribiendo y que había abandonado las últimas semanas por el poco tiempo que tengo durante el día, cuando escribo me desconecto del mundo y se me pasan las horas delante de la computadora y no me doy cuenta que no he comido o que es de noche y no saqué a mis perras o que no he convivido con mis hijos, así que escribo poco porque siempre pienso “no tengo varias horas ahorita, no me da tiempo, mejor mañana” y, obvio, ese mañana nunca llega, pero hoy, como no salí para nada, me puse a escribir.

Justo cuando estaba en eso se me ocurrió ponerme una mascarilla de barro en la cara que me regaló una amiga hace algunos años, tengo el polvo y lo preparo con agua, me lo unto y cuando se seca se hace duro y hay que lavarlo, queda la piel deliciosa y es rico consentirse, algo que no hacía hace mucho tiempo.

Me puse el lodo o barro y seguí escribiendo, se me pasó el tiempo hasta que me di cuenta que no podía mover ni un músculo de la cara y ya era difícil quitarlo solo lavándomela, además ayer no me había bañado y llevaba treinta y tantas horas en pijama, así que decidí meterme a bañar para al menos ponerme una pijama limpia. Cuando salí de bañarme me acordé que una terapeuta de mi mamá que le está tratando de ayudar con la voz y la deglución me dijo un día que yo me tenía que lavar los pies en las noches, cuando ya no fuera a salir de la casa, con agua caliente, sal y lavanda, que era un acto de amor de mi para mi y que eso me ayudaría mucho a descansar y necesitaba el apapacho. Así que hoy pensé que si ya me había dado cariñito a la cara, pues podrían seguir los pies y preparé todo, el agua, la sal, la lavanda, la toalla, la crema, los calcetines… y cuando tenía todo listo y metí los pies, me dieron ganas de escuchar de nuevo Ong Namo con mi amiga Snatam, puse la música (está en Spotify por si les interesa escucharla, tampoco me están pagando esa mención y también deberían) y mientras se remojaban los pies cerré los ojos y me dediqué a respirar y cantar mantras. De pronto Salsa y Morrita (mis dos demonios de cuatro patas y cola larga) se pusieron a jugar en la cama, donde yo estaba sentada, me empujaban en la espalda, jadeaban, ladraban y a mi me daba risa, trataba de concentrarme cantando Ong Namo pero la verdad es que era difícil no reírme y en ese momento me cayó el veinte, o me cayó la ficha, como dice mi querida Sis de argentina, o, para quienes no entienden lo que quiero decir, en ese momento me di cuenta de que estaba en otro lugar que hace unos meses cuando escuchando Ong Namo se me escurrían las lágrimas. Aquí estoy hoy, con una sonrisa en la cara, los ojos cerrados, los pies en agua caliente con sal y lavanda, Salsa y Morrita echando desmadre junto a mi, el piso de la regadera lleno de lodo y en cuanto termine este post voy a bajar por una cerveza a la cocina y me voy a hacer de cenar pan con aguacate y aceite de oliva, que me encanta, y seguramente voy a dormir delicioso acompañada de mis “bed bugs” o chinches (así les digo a mis perras) y voy a despertar hasta mañana, a las seis treinta, porque soy madrugadora y no lo puedo evitar, pero sobrepasaré las tres de la mañana y amaneceré con ganas de seguir disfrutando la vida pese a lo que esta me traiga todos los días.

Hace unas semanas, leí o escuché por ahí que los momentos felices se los tiene que procurar uno, porque la vida se encarga de los tristes, que siempre vienen porque así es la cosa, nunca se vuelve fácil, es una utopia pensar que un día no habrá situaciones tristes y complicadas, eso es un hecho comprobado, la vida es difícil, pero no se puede no seguir, no es opción. No siempre se puede estar bien, tengo a veces días malos, no me presiono por estar bien siempre, al contrario, si estoy triste pues acepto la tristeza, si estoy cansada pues ni modo hay que quejarse, si estoy preocupada pues entiendo que tengo razones para estarlo, pero si estoy bien, como hoy, y me da risa la escena en la que estoy que es como de un capitulo de una comedia gringa, pues también bienvenido sea.

Así que Ong Namo dejó por el momento de ser un mantra que cantaba triste y desesperanzada y hoy fue un mantra feliz en el que agradecí estar sonriendo por fuera y riendo por dentro.

La vida sigue, no sé qué venga mañana. Hoy fue muy buena pese a que tengo gripa, no fui a una comida y tengo que lavar el piso de la regadera.

Cómo me despido del 2023.

Facebook me ha estado recordando lo que estaba haciendo hace un año, a veces parece muy cruel, aunque podría no verlo, me he dado cuenta que he sanado la herida porque puedo ver fotos de mis días en Montreal hace uno y dos años sin dolor.

Hoy hace justo un año estaba en el Museo de las Bellas Artes de Montreal y recuerdo que fue un día muy lindo, lo que yo pensé que sería presagio de un año muy bueno, nada más alejado de la realidad.

Fue un año de muchos desafíos, muchos momentos muy duros, pero también de mucho amor, muchísimo amor. Creo que mis amigas nunca se habían dedicado tanto a quererme y demostrarme su apoyo incondicional.

Pero aún siendo un año muy difícil, hoy me di cuenta que fue un año lleno de equilibrio que yo no hice consciente hasta hoy, mientras corría.

Hace unas semanas me acordé que los 31 de diciembre se corre una carrera en varios países del mundo que se llaman San Silvestre, son 12 kilómetros, uno por cada mes para despedir el año, la he corrido varias veces. Les dije a mis amigas corredoras que este año, que sí estaría en México porque ya no iría a Montreal, quería correrla, pero ellas no podían, pensé en correrla yo sola. Pasaron las semanas y no me inscribí, por varias razones, pero la más importante es porque en realidad me gusta mucho correr pero hace tiempo que dejaron de gustarme las carreras, así que decidí correr esos 12 kilómetros en mi lugar preferido, en mi bosque amado que yo considero mi segundo hogar.

Las últimas semanas no corrí más que el día de mi cumpleaños, he tenido mucho trabajo, poco tiempo y me organicé para tratar de hacer todo a la vez, menos correr. El día de mi cumpleaños me prometí correr 10 kilómetros como regalo a mi, sé que correr me hace sentir fuerte y feliz, hace que me sienta poderosa y me llena de dopamina y endorfinas, el mejor regalo para la salud física y mental. Lo logré, con mucho trabajo y un gran esfuerzo, pero lo logré y dicho y hecho, me sentí feliz, muy feliz, solo me preocupó una cosa, cómo hacer para correr 12 kilómetros si esos 10 me habían costado tanto trabajo.

Ayer en la noche empecé a buscar pretextos para no hacerlo, pensé que quizá sería mejor correr el primero de enero y así empezar el año haciendo lo que más me gusta, sonaba muy bien, en teoría, pero por otro lado escuché una vocecita que me decía “te estás convenciendo de no hacerlo porque en realidad tienes miedo de no poder”, así que me fui a dormir pensando “bueno, en la mañana decido”.

Hoy abrí los ojos, después de una noche con un poco de insomnio, que me ha atacado últimamente, y empecé a pensar qué hacer, fue entonces cuando entendí que la voz de Lucila (escribí hace tiempo acerca de ella, así se llama la voz de mi ansiedad) era la que me decía que mejor hoy no, que mañana, que hacía mucho frío, que no había dormido bien, que quizá correría mejor si dormía mejor al día siguiente, que mejor… que mejor… que mejor… Y cuanto entendí que esa no era mi voz, me levanté, me vestí, saqué a mis perras, les dí de comer, hice mi licuado y me fui a correr.

Llegando, que ya era un poco tarde, caminé entre los árboles llena de frío y la maldita Lucila me dijo “se te estuvo diciendo del frío, a ver si la próxima vez me haces caso” pero ya era demasiado tarde, una vez que llego a correr, no hay poder humano que me haga salir, a lo mejor decido caminar en lugar de correr, pero si ya estoy ahí, me quedo.

Puse la playlist que hice para mi cumpleaños y decidí correr un kilómetro a la vez, uno por uno, sin pensar en lo que me faltaba, que siempre me traiciona ese pensamiento “apenas llevo dos, ya me estoy muriendo y me faltan seis” (porque cuando corro hago 8 sufridos kilómetros), pero traté de no pensar, “uno por uno” decidí.

Y así fue, uno por uno, los dos primeros siempre me cuestan un montón, no importa si estoy entrenando para un maratón o si no he corrido en meses, esos dos son muy difíciles, no sé por qué, pero como ya lo sé, no hago caso del cansancio.

Corrí, corrí y corrí sin fijarme si era rápido o despacio, solo corrí y canté. La gente se me queda viendo porque soy la que va cantando siempre, me canso el doble porque es como si fuera hablando, pero nunca he podido encontrar la manera de correr sin música, no hay forma, me hace feliz y es como logro dejar de pensar.

La mañana estaba divina, muy fría pero con sol, se colaba la luz entre los árboles y el paisaje estaba inspirador para correr, de verdad creo que el bosque es mi lugar favorito, amo los árboles, amo el otoño que provoca tapetes de hojas y amo correr con el cielo tan azul que parece pintado a mano.

En el kilómetro 8 Lucila atacó de nuevo diciendo “y si ya paras, total, no es una carrera, no estás entrenando para nada, podrías irte y desayunar delicioso” pero una vez más identifiqué que era ella y pensé “no es lo que me falta, es lo que ya llevo avanzado, no me voy a rendir cuando solo me faltan cuatro” y seguí.

Me sentía verdaderamente feliz, corrí despacio, con dolor en las piernas, en especial en la rodilla derecha porque ayer me caí y justo me pegué ahí, deseaba haberme hecho caso cuando temprano pensé en tomarme algo para el dolor pero se me olvidó. De cualquier manera yo sabía que no era un dolor para detenme, no era una lesión, tantos años de correr me han enseñado que hay dolores con los que hay que parar y otros que hay que aguantar.

Cuando terminé la quinta vuelta, los 10 kilómetros, tuve la certeza que lo lograría, hice cuentas, me faltaban a lo sumo 15 minutos para terminar “solo unas tres canciones” pensé, y todo esto termina. Y así fue, cuando el reloj me avisó que se habían concretado los 12 kilómetros, todavía no llegaba a mi base, desde donde había empezado, donde tenía mi bendito termo con agua, me extrañó el mal calculo pero recordé que había ido al baño, que está a 300 metros de distancia. Tenía dos opciones, ir caminando por mi agua o correr esos 300 metros extras. Obvio ya saben lo que me dijo Lucila, pero seguro también saben lo que decidí. Los corrí. Cuando llegué al árbol donde dejo mis cosas, que siempre es el mismo y es mi amigo (sí hablo con él y es compañero de varios momentos y una que otra decisión tomada) se me salieron las lágrimas peeeeero no terminé ahí.

Cuando empezó a ir muy mal la situación con mi novio de Canada fue cuando empecé a correr para sentirme un poco mejor y cada vez que terminaba hacía desplantes (como sentadillas pero avanzando) para tener fuerza en las piernas y me caía casi cada cinco o seis desplantes, recuerdo que frenaba, lloraba un poco y luego seguía, lentos y con muchas pausas poco a poco llegué al final de una “calle”, justo donde hace muchos años los hacía con Pedro, mi entrenador en ese entonces (y muy querido amigo después) y lloraba pero de dolor, fui haciéndolos cada vez mejor y llegué a hacer 60 sin problema. Hace unas semanas empecé a hacerlos de regreso de esa “calle” y pensé que quizá un día llegaría a 120, lo logré un día, con mucho trabajo pero salieron. Y hoy, esa voz que no es la de Lucila sino la mía, me dijo “que tal que haces ahora tus 120 desplantes y terminas el día, el mes, el año y das cierre a tu proceso” y bueno, pues no es lo mismo hacer 120 desplantes después de correr 6 a 8 kilómetros que después de correr 12 y sentir que te arden hasta las uñas, pero empecé uno por uno a hacerlos. Como me dolía mucho, cada 5 o 6 desplantes perdía el equilibrio, justo como las primeras veces en las que llorando me agarraba del piso y me levantaba, solo que ahora no lloraba, solo pensaba “sí puedes, te duele pero uno a la vez, sí puedes” y cuando terminé entonces sí, Libertad Lamarque se quedó corta, lloré delicioso, poquito, nada dramático pero lindo, orgullosa de mi y de mis propios retos cumplidos, fue como reconciliarme con el año tan duro que tuve, fue como entender que este año fueron como esos 12 kilómetros, un día a la vez, una semana a la vez, un mes a la vez y por fin llegamos a diciembre, sanos y salvos porque sentí que fue un año que me quiso tirar varias veces, como los desplantes, pero de todo me levanté.

Muy feliz, ya con algo de frio, estiré, me despedí de mi árbol amigo y me fui, pasé a casa de mis papás a darles un abrazo y estaba mi tía María, le ofrecí llevarla a su casa y cuando llegamos y se bajó del coche me di cuenta que en el piso había unas peculiares hojitas amarillas, “esas hojas son de un Gingko” le dije da mi tía, “de un quéeeee” me contestó, “¡¡¡de un Gingko tía!!!!, ¡de un árbol de GIngko! le dije toda emocionada. No me entendía nada. Me bajé a verlas de cerca y era cierto, eran unas hojas que llevo años buscando porque es un árbol típico de Asia pero muy raro en México y nunca había logrado encontrar uno, amo sus hojas y quería tener unas. Cuando las vi y eran tantas, volteé hacia arriba buscando el árbol pero no estaba, no era coherente ver el piso lleno de esas hojitas preciosas amarillas y no encontrar el árbol hasta que de pronto por fin di con él, estaba detrás de una barda en la casa del vecino, pero apenas se veía. Se ve el viento había ayudado y la había llevado hasta ahí. Tomé todas las que pude, las mejores y más frescas y bonitas y me vine feliz a mi casa. “Un árbol de Gingko” pensaba, no lo puedo creer, qué regalo.

Después de bañarme noté que en el patio había todavía algo de sol, sería complicado explicar lo que es la cianotipia, quizá algún día lo haga, pero es un proceso de impresión de imágenes que se hace en papel o tela con unos químicos especiales que se revelan con la luz del sol. Amo con todo mi corazón hacer cianotipia pero si no hay sol, no puedo hacerla. En ese momento todo cuadró, las hojas de Gingko, tenía papeles listos con esos químicos guardados, había sol y era el último día del año, cuando quería hacer lo que más amo. Rápidamente preparé todo y puedo decir que son de las cianotipias más bonitas que he hecho, o al menos las que a mí más me han gustado. No daba crédito, me sentía tan pero tan contenta…

Más tarde, con un dolor de piernas terrible, saqué a mis Salsa y Morrita a caminar, es una pesadilla porque Morrita, que es muy joven, ansiosa y fuerte, jala un montón, pero la tarde estaba preciosa, regresé, comí, me tomé una cerveza y empecé a editar todas las fotos de todo lo que hice hoy y me di cuenta lo afortunada que soy.

Si bien no fue un año bueno, fue un año que logré equilibrar. Logré reconciliarme con varias realidades y me levanté de las todas las caídas.

Puedo decir que no espero nada del año que entra, no tengo esperanza de que el 2024 sea mucho mejor, no quiero pensar que necesito dejar de ser fuerte y que ahora quiero ser feliz, como dicen tantas publicaciones en redes. Lo único que deseo es que mañana lunes me pueda levantar de la cama sin tanto dolor de piernas, como ahora creo que padeceré, que pueda desayunar muy rico, que termine una foto que tengo que bordar, que pueda ver a mis hijos y despedirme porque se van de viaje 10 días y que pueda tener mucha paz.

Deseo que cada día lo viva así, uno a la vez y que, como los kilómetros de hoy, no los cuente, no los sufra y no los rechace. Solo pido que sea lo que sea que vaya a venir, venga acompañado de herramientas para luchar, para sanar, para resolver. Deseo que sea un año lleno de paz y resiliencia y agradezco con todo mi corazón haber sobrevivido este año y haberme levantado en cada desplante que me caía y hoy haber hecho esos 120 que me demostraron que si sigo luchando, por el momento no es necesario rendirme.

No le agradezco al 2023 las lecciones, no soy capaz todavía de agradecer el dolor, pero sí agradezco a mi fuerza de voluntad y mi amor propio para aprender a vivir con todo y a pesar de lo difícil que pueda ser la vida.

A todos les deseo un año en el que lo que sea que les traiga, lo vivan con el corazón lleno de paz.

Orgullosa de mi nueva cicatriz.

Es una triste noticia pero es así, murió el amor bonito que tanto me gustaba contar. Hoy es 28 de diciembre y vengo recordando de unos días para acá que hace dos años, el mismo día, tomé un avión hacía Montreal para conocer a mi “amor bonito”, como lo llamábamos “él” y yo. Fue un encuentro maravilloso, recuerdo la emoción tan grande con la que iba en el avión, no podía creer que por fin nos veríamos a los ojos en vivo y a todo color y que por fin nos abrazaríamos. Mis amigas y mi familia estaban nerviosos por mí porque pensaban que si no funcionaba estaría yo varada en Montreal con un desconocido en su casa sin poder regresar, pero yo no, yo estaba feliz, yo tenía la certeza de que todo iría bien, yo lo que quería era que volaran las horas para poderlo ver por fin.

Ese primer abrazo fue maravilloso, tuve la claridad que necesitaba, sentí la certeza del “aquí es” y fui muy feliz. El resto del viaje fue maravilloso y el resto de la historia a través de los años que vinieron después, también.

Aunque era una relación a distancia, siempre pensé que estábamos construyendo algo para el futuro, que por el momento teníamos que mantener esos 3733 kilómetros que nos separaban a base de comunicación, amor, comprensión, respeto, confianza y muchas ganas de seguir juntos y adelante esperando que en algún momento acortáramos la distancia y por fin estuviéramos juntos para siempre. Yo de verdad lo creía.

No fue así.

Pero aprendí mucho acerca de mí y de lo que estoy hecha.

Me di cuenta lo valiente que soy y lo mucho que aprendí a quererme y a respetarme. Aprendí que no importa cuánto quiera a alguien, jamás forzaré un amor ni rogaré que me quieran, jamás permitiré faltas de respeto y jamás permitiré renunciar a mis ideales y valores ni a mi manera de pensar acerca de lo que debe de ser el amor. Aprendí, sobre todas las cosas, a defenderme y defender mi paz y mi estabilidad mental.

Puedo escribir ahora acerca de esto porque pasó ya el dolor, que fue tremendo, porque fue terriblemente difícil dejar una relación que sumaba mucho a mi vida, pero en el momento en que sentí que yo ya no era importante ahí, que era una opción y que él prefería estar si mí, tomé mi corazón roto, lo empaqué y me fui.

No quiero escribir mucho acerca de cómo fue por dos razones, la primera es porque ni siquiera entiendo qué fue lo que pasó, nunca supe las razones, y segundo porque no es solo mi historia, le pertenece a él también, y con todas las ganas que me dieron en su momento de despotricar y despedazar, ya superé esa etapa de dolor.

Debo decir que el tiempo no curó la herida, fue lo que hice en ese tiempo lo que me ayudó a sanar.

Lo que sí puedo compartir es cómo me sentía en esos días en los que todo terminó. Puedo decir que de un día para otro se rompió por completo la comunicación. Puedo decir que pasé muchas noches tratando de entender esperando que algo bueno pasara, que me buscara, que me explicara, que lo pudiéramos arreglar. Pero cada día era peor que el anterior porque lo hacía más evidente y me sentí totalmente rechazada y abandonada. Un amor bonito no permite eso. Un amor bonito no te hace sentir que no vales lo suficiente como para por lo menos darte una explicación, un amor bonito no lastima.

Un amor bonito no hace que pases noches llorando sin poder dormir, así que tomé una decisión y me fui, a veces pienso que pude haber sido de esas personas que sin importar lo que sientan o cómo las traten, intentan una y otra vez a toda costa evitar terminar una relación. Pero tomé mi única oportunidad de hacer algo por mí, ser valiente y demostrarme lo mucho que valgo. Las personas no hacen lo que dicen, hacen lo que sienten y eso fue lo que me abrió los ojos, él estaba haciendo lo que sentía y eso no era compatible con lo que yo sentía.

Hace muchos años, cuando terminó mi matrimonio, recuerdo un día en terapia que me dijo la psicóloga que en ese entonces me veía “fuiste muy valiente al salir adelante” y me acuerdo perfecto que le dije “no fui valiente, no me quedó de otra” y siempre sentí que era así, que había tenido que sobrevivir sin haber sido yo quien tomara la decisión y que eso me restaba valor.

Muchos años han pasado desde ese día y, si algo me enseñó esta relación, fue lo valiente que fui y lo valiente que soy.

Fui valiente cuando lo busqué por primera vez iniciando una conversación siendo clara pidiéndole que fuéramos amigos y “chateáramos más seguido”. Fui valiente cuando me enfrenté a todos mis amigos que estaban en desacuerdo con una relación a distancia. Fui valiente cuando confié en él y decidí entrarle a una relación sin pensar demasiado en el futuro , vivimos un día a la vez y eso para mí, estaba bien.

Fui muy valiente el día que empaqué mi maleta para ir a conocerlo y quedarme en su casa diez días confiando en que todo saldría bien. Fui valiente al decir siempre la verdad a todos, a mis papás, a mis hijos, a mis amigos, sin importar lo que pensaran, les dije “me voy a Montreal a conocerlo”.

Fui valiente durante muchos meses y años al defender nuestra relación y fui valiente hasta el final, hasta el día en que me hizo sentir una opción, fui valiente porque hice lo mismo que unos años atrás, empaqué y me fui. No supliqué, no pregunté, explicación que no se otorga, no se exige.

Fui valiente porque cuando me di cuenta que mi presencia en su vida ya no era valorada ni le importaba, le regalé mi ausencia, con todo el dolor de mi corazón porque eso no significaba que yo ya no lo quisiera, y así, amándolo, decidí que yo valía más, mucho más, como para irme llorando todas las noches a dormir porque él ya no tenía ganas de saber de mi, porqué él tomaba todos los días la decisión consciente de no saber nada de mí, podía perfectamente pasar los días y las noches sin oír mi voz, sin saber cómo estaba y sin preguntarme cómo me sentía.

Fui valiente porque en unos de los peores momentos de mi vida, cuando mi mamá enfermó y necesitaba con urgencia una cirugía delicada y las noticias no eran buenas, cuando más apoyo emocional necesitaba fue cuando decidió irse y tuve que salir adelante con el corazón roto.

Todo eso pasó, lloré por semanas y semanas y solo pedía fuerza para continuar. Por mucho tiempo lo único que pedía era una explicación para poder elaborar un duelo sano. Pero nunca llegó. Así que hice el duelo así, como pude. Salí adelante gracias, primero, al amor de mis amigas, en particular al de Ale, que varios días se la rifó para abrazarme cuando no podía dejar de llorar, recuerdo un día que hablando por teléfono me dijo “si quieres voy a tu casa ahorita y te abrazo” a lo que le dije que sí y vino. Gracias querida amiga, gracias a todas las que estuvieron esos días. Pero también salí adelante porque empecé a correr diario, tomé terapia, seguí con mi proyecto de arte, me becaron en dos laboratorios de bordado en foto en Argentina, seguí yendo con mi mamá a las citas con los neurocirujanos. Empecé a escribir, hice una especie de diario en el que me desahogaba y decidí que por muy mal que me sintiera, no suspendería mi vida. Al principio estuve acompañada de mis amigas, pero después tuve necesidad de silencio, tenía mucho ruido en la cabeza y me aislé varias semanas. Mis amigas me buscaban y los mensajes me ayudaban, pero entendieron que quería estar sola aunque nunca faltó un “cuando quieras volver, aquí estoy, te quiero”, y ese silencio aclaró mi mente cuando el ruido no podía hacerlo.

Mi vida es ahora muy distinta a lo que era hace dos años cuando viajé por primera vez a Montreal, cuando estaba feliz y enamorada. Pero no es peor, tampoco es mejor, solo es diferente, yo soy diferente, más sabia.

Gracias a que hace dos años fui valiente y empaqué para irlo a ver y hace poco más de seis meses fui valiente y empaqué para defender mi corazón, ahora puedo decir que sé que la vida se complica día con día, que jamás será sencilla, que no puedo pedir que el año que viene sea mejor y no pienso esperar a que las cosas se pongan fáciles para ser feliz.

Soy feliz ahora porque me di cuenta que sin importar lo que suceda, me tengo a mi, cuento conmigo y puedo salir adelante. Gracias a este “amor bonito” que viví una temporada de mi vida, aprendí que ahora quiero un amor sano, inteligente, maduro y tranquilo.

Hoy reescribo la historia, así como hace dos años iba llena de ilusiones en un avión hacia Montreal, ahora estoy igual de ilusionada porque me conozco mejor, porque sé que cuando quiero algo, lo consigo, lucho por eso y trabajo para lograrlo. Porque así como tres años y medio luché por esa relación, cuando vi que no había nada más por qué luchar, que estaba sola en una relación de dos, luché entonces por mi y puedo luchar por muchas cosas más. Porque sé que él no se llevó mi capacidad de amar, no se llevó mi alegría, mi paz mental, mi sentido del humor. Fui capaz de compartirla con él pero se quedó conmigo, él se llevará historias compartidas, pero no se llevará lo mejor de mi, porque eso fue, es y será siempre mío, porque esa soy yo.

Gracias a quienes estuvieron conmigo en todo este camino, no tuve el cierre que yo deseaba y que nos merecemos todos en una relación, siempre fui consciente de que algún día podría terminar pero nunca pensé que sería así, las puertas mal cerradas duelen, pero tengo el cierre que yo trabajé y que tanta paz me da.

Hace muchos años quería sentirme valiente y la vida me dio la oportunidad de serlo. Hoy me siento con mucha paz y eso no tiene precio. Hoy tengo una nueva cicatriz y me siento muy orgullosa de ella.

Sané mis heridas.

Abrazo a quienes están ahora mismo viviendo un duelo.

El traicionero duelo a la muerte de un perro.

Hoy me desperté, hice lo que hago todos los días al despertar, la rutina normal de bajar a mis perras a hacer pipí, darles de comer, hacer el desayuno de mis hijos, el lunch, vestirme en friega, llevarlos a la escuela, enojarme porque salimos tarde (siempre), preocuparme por el tráfico, regresar a mi casa y por fin: meditar.

Esta rutina es la que hago siempre a menos que vaya a hacer pilates o a correr, y lo único que cambia es que no regreso a mi casa a meditar, pero funciono en automático, todo lo que hago lo tengo que hacer porque si no, no se hace. Y funciono, esté como esté de ánimo, humor, si dormí bien o pésimo, funciono.

Hoy iba todo bien, en estos días, gracias a que quiero hacer unos trabajos para unos amigos, he vuelto a trabajar en lo que tanto me gusta: hacer cianotipia (sería largo de explicar pero es un proceso de reproducción de imágenes en papel o tela mediante una emulsión que hago con unos químicos o sales y se expone al sol, algo que de verdad disfruto muchísimo).

Esta semana decidí ser más productiva y ver menos redes o mis chats de Whatsapp, que los disfruto mucho pero me quitan tiempo, sobre todo en la mañana, así que en cuanto regresé de la escuela de mis hijos me puse a meditar, estuvo muy rico, me sentía muy bien, decidí hacer ejercicio en casa porque no me gusta dejar a Morrita (mi nueva perrita adoptada) sola mucho tiempo y porque quería ponerme a trabajar cuanto antes. Así que mis planes eran meditar, hacer ejercicio, bañarme, desayunar, tomar café, empezar mis cianotipias y terminar un bordado pendiente.

En algún momento dudé acerca del ejercicio (por floja, no por otra cosa) pero pensé que seguro me ayudaba a tener mejor ánimo, el ejercicio siempre te dota de hormonas de felicidad, entonces con todo y flojera me puse a mover el cuerpo mientras Morrita y Salsa me veían desde el sillón y yo las envidiaba. Empecé a sentirme mejor, sobre todo a estar muy orgullosa de mi misma porque no había ganado esa voz que me decía que no hiciera nada hoy.

Terminé el ejercicio y poco me faltó para echarme porras, me sentía invencible. Empecé a estirar los brazos, las piernas, la espalda… y cuando estaba de pie, con el torso hacia abajo tratando de tocar con la mano derecha el tobillo izquierdo para hacer una torsión de la espalda y estirar, empecé a llorar… ¿Por qué? por Tostada ¿por qué en ese momento? no tengo idea.

Justo cuando uno cree que ya está casi del otro lado del dolor, que ya pasó lo peor, que esos días de recordar, extrañar y llorar ya se fueron, viene un momento en el que el duelo te dice “oyeeeee no, ya te fijaste que no está Tostada, te acuerdas que siempre que hacías ejercicio te acompañaba, estás consciente que ya no existe…” y así ¡PUM! el corazón roto otra vez.

No crean que solo se me salieron las lágrimas, no, lloré muchísimo, no dejé de estirar, seguí haciendo lo que estaba haciendo solo con una tristeza enorme.

En cuanto terminé, vi a Salsa en el sillón y la fui a abrazar y le dije “Salsa, lo siento, se nos murió Tostada, no debes de entender nada, pero si yo que entiendo todo, la extraño tanto, no me imagino lo que tú debes sentir, lo siento de verdad Salsa, lo siento tanto” y seguí llorando.

Vi a Morrita cómo nos observaba y le dije “Morrita, preciosa, no vienes a llenar el hueco que dejó Tostada, eres única, tienes tu propia personalidad y vienes a dar y recibir mucho amor, tranquila no nos tienes que sanar”.

No entiendo las fases del duelo, no soy psicóloga, tanatóloga, coach de vida… solo soy una persona que está tratando de entender las emociones que le pasan por enfrente y las atrapa.

Pensé que iba muchísimo mejor, pero es que la muerte es tan absoluta, tan definitiva, que a veces quisiera un horario de visita para ver a Tostada, supongo que a todos los que pasan por estas pérdidas les pasa lo mismo, solo quieres un segundo, un abrazo, un beso, un momento especial para llenar el tanque del corazón y seguir. Pero no se puede.

Un serio problema de las personas que pasamos por el duelo de perder a un animal, el que sea, con el que tengamos una historia de amor de muchos años, es que nos sentimos incomprendidos por “ridículos”. Habiendo tantos problemas en el mundo, la situación terrible en Turquía, Siria, Croacia… Tantas madres buscando a sus hijas desaparecidas, tantas familias rotas por culpa de la delincuencia, tanta gente que se queda sin trabajo, que no tiene nada que comer, tanta injusticia, tantas enfermedades, tanto dolor en el mundo y uno roto por la muerte de un perro, ay por favor, debería de estar agradecida por todo lo que tengo y no estar pensando en lo que no tengo, debería de estar mejor porque ya pasaron dos meses, debería de estar feliz porque tengo un perrito que me empieza a querer, debería de estar, debería de estar, debería de estar…

Ayer leí un post de Lamargeitor (bloguera mexicana) titulado “Disculpe las molestias” en el que, entre otras cosas (vale la pena leerlo) decía que no son competencias y me gustó mucho porque me dio paz.

No son competencias, no es a ver quién sufre más o quién tiene una pena más grande. No tengo que justificarme ante nadie por el dolor o la tristeza que estoy sintiendo. Si alguien cree que exagero, que es solo un perro, que ya debería de estar bien, que ya tengo otro, que mi situación es privilegiada, déjeme decirle que no tiene idea de cómo debo o puedo vivir mi duelo, déjeme decirle que a mi, más que a nadie, me gustaría sentirme mejor, déjeme decirle que me duele Turquía, Siria, Croacia, Etiopía y México. Déjeme decirle que me llena de tristeza la situación de miles de migrantes que no tienen hogar y déjeme decirle que eso no evita que yo, cada vez que me baño, me descubro buscando a Tostada porque abría la puerta del baño para esperarme junto a la regadera, que extraño tenerla a mis pies abajo de la estufa porque siempre que me hacía el desayuno estaba junto a mi por si algo se me caía y que tuve que cambiar de lugar para meditar porque siempre que lo hacía, al abrir los ojos, la veía frente a mi, acostada en el piso frente al patio y que es doloroso hacerlo sin ella.

A todas esas personas que están sufriendo la pérdida de su amado perro, gato, hámster, pez, erizo… quiero decirle que las entiendo, que el hueco se sufre a cada momento, pero que lo peor es sentirse ridículo y juzgado, lo peor es sentirse apenado porque está tristeando por un animal cuando hay tanto por qué sufrir, que se calla esta tristeza muchas veces porque cuando la compartes te da miedo que te digan “oye, se acaba de morir la mamá de Fulanita, esas son penas, ese es dolor” y que las entiendo porque el duelo es traicionero, porque cuando crees que estás muy bien, se presenta el llanto sin entender por qué, que no es ascendente ni lineal, que no tienes por qué entenderlo, que solo tienes que sentir lo que sientes y que alejes por el momento a las personas que te hacen sentir mal porque “no superas la muerte de un animal”.

Yo confieso, ya sin miedo a sentirme ridícula, que tengo un cuaderno donde le escribo cartas a Tostada, y se llama así: “Cartas a Tostada” y que ahí me desahogo y no me callo nada, nadie lo va a leer, nadie va a saber que todas las madrugadas las busco y se lo escribo y que siempre empiezo una carta diciendo “Hola Tostada…” y termino “sigo llorando, te sigo extrañando, te sigo queriendo y quizá hoy un poco más”.

No escribo esto para ayudar a nadie, solo quiero compartir mi duelo porque a lo mejor alguien lo lee y piensa “si la ridícula de Diana le sigue llorando a Tostada, yo puedo llorarle a Firulais a gusto sin sentirme tan mal”. Porque eso, encima uno llora con culpa, con pena, con la ridícula idea de no ser ridículo.

La muerte es absoluta y definitiva, no hay marcha atrás, es dolorosa pero es inevitable. No hay mas que empezar a reconciliarse con la idea de que siempre nos hará falta Tostada, Firulais, la Moka, el Barrabás o Solovino.

Hace unas semanas, Rosa Montero, mi escritora favorita, me dijo cuando le pregunté en un “en vivo” que hizo en su Facebook si lo que escribía tenía que servirle a alguien: “la escritura nunca puede ser utilitaria, estoy harta de decirlo, tú no escribes para serle útil a nadie… Escribes para intentar aprender algo, escribes porque lo necesitas, escribes para ti, para intentar poner un poco de luz en tu oscuridad y si pones un poco de luz en tu oscuridad , tú pondrás un poco de luz en la oscuridad los demás, porque todos somos iguales muy en el fondo, muy dentro de cada uno de nosotros estamos todos…” (entre otras muchas cosas que me dijo), así que eso, escribo esto para tratar de entenderme, de entender el duelo, de poner algo de luz en mi oscuridad, si a alguien le sirve y le pone luz, bendito sea, pero si no, yo por lo menos ahora me siento un poco mejor, ahora por lo menos puedo seguir el día, puedo ir por mis hijos a la escuela, puedo comer con ellos, puedo llevarlos al fútbol, puedo hacer todo eso con la tristeza que me acompaña desde el 6 de diciembre pero sin culpa. Puedo seguir disfrutando momentos lindos y divertidos y sentirme agradecida por muchas cosas que tengo, con todo y la tristeza que me acompaña. Puedo hacer todo eso sabiendo que quizá pasen cinco días sin llorar y que de pronto un día llegará y ¡ZAZ! volverá… pero que parece ser que el duelo así es…traicionero y, quizás, ridículo.

Sin amor, no valdría la pena vivir.

Empiezo este post sin saber cómo titularlo. Se me ocurrió “La grinch de San Valentin” o quizá “La grinch del amor”, luego pensé en “El amor nos salvará” y también “Todo lo que necesitas es amor”, pero eran super comerciales y no me convencieron, así que decidí hacer lo que muchas veces hago y lo que recomienda la gran escritora Rosa Montero, empezar a escribir y dejar que el título llegue a mi.

Hoy es 14 de febrero, Día de San Valentín, y para muchos es un día terriblemente comercial en el que la mercadotecnia nos ha hecho creer que la mejor o única manera de celebrar es teniendo una pareja y que le escurra miel por los poros de amor por ti y te lleve a comer a un lugar delicioso, con el coche lleno de globos metalizados color rojo en forma de corazón y te regale una joya preciosa, de preferencia con un diamante, también en forma de corazón. Y eso, cuando no llega, puede llenar de frustración, así que es más fácil decir que eres un grinch y que odias el día porque es pura mercadotecnia (yo era esa persona).

Y es que no crean, tuve en su momento “galanes” que me decían “es pura mercadotecnia, el amor se festeja todos los días, yo odio que la gente crea que tiene que regalar algo para festejar” y yo pensaba “este cabrón (perdón el francés) no quiere gastar y es más fácil decir que él celebra su amor todos los días con hechos, no tarjetas ni flores” (cosa que tampoco hacía pero qué lindo se oye), a lo que uno generalmente contesta “ay sí qué horror, cuánta cursilería” como medio de defensa para tampoco tener que regalar nada y para no frustrarse porque tu novio/amigo/galán no quiere ni regalarte una ridícula flor.

Pero he cambiado de opinión. Y esto no es porque ahora tenga un novio cursi que le gusta celebrar el amor y hablarme temprano para decirme lo mucho que me quiere y que desearía poder celebrar juntos (que sí lo tengo y sí lo hizo y sentí bien bonito) pero no, no es por eso, es porque en los últimos días, o semanas… más bien meses y tendría que decir años, que venido comprobando que tengo mucho amor a mi alrededor, y que lo único que salva a la humanidad de la deshumanización es el amor.

El amor a tu pareja, el amor a tus amigos, el amor a tus padres, a tus hijos, a tus compañeros animales (llámese perros, gatos, ratones, canarios, loros…). El amor a tu trabajo, a tu libertad, a la justicia y, sobre todas las cosas, el amor que más me gusta, el amor desinteresado al desconocido. ¿Habrá un amor más puro y más bonito que el amor a esas personas que no conocemos y que sin embargo queremos ayudar o rescatar?.

En los últimos años he intervenido en varias campañas sociales en las que haces colectas de dinero o ropa, comida o productos varios para gente que desesperadamente lo necesita. Por ejemplo en el terremoto del 2017 (para no irme hasta 1985 que también lo viví). También recuerdo cuando fui voluntaria en la Cruz Roja de México cuando el huracán de Guerrero y estaba con un montón de voluntarios más armando cajas de despensa y no nos conocíamos entre nosotros, sin embargo la energía de amor era enorme. Ese amor desinteresado que te hace estar horas parada juntando arroz, frijol, mermeladas y mayonesa, donado por alguien que no conoces y armando cajas para enviar a alguien que jamás has visto ni verás, no puede ser otra cosa que una manera enorme de amar. Recuerdo cuánto me conmovió leer un mensaje escrito en una botella de mayonesa que decía “ánimo, no estás solo”¿quién lo escribió? quien sabe ¿quién lo va a leer? quien sabe, pero ahí había amor del más puro desde mi punto de vista.

También en los últimos años he sido testigo de un amor precioso al ser voluntaria en una escuela para niños con discapacidad, con mi preciosa Tostada, y ver lo que se esfuerza el patronato de esa escuela por mantenerla abierta, debido a la falta de recursos, se ven en la necesidad de trabajar todos los días para conseguir donativos, solicitar gente que apoye con becas a los niños y tratar de solventar todos los gastos para pagar a maestros que ganan poco pero están ahí por amor a los niños que, sin esa escuela, no tendría oportunidad de aprender ni rehabilitarse. ¿Qué ganan estas personas de ese patronato de la que una vez fui parte al batallar tanto para mantener esa escuela abierta? NADA, absolutamente NADA, nada más que sentir caliente el corazón cada vez que cae un donativo y saber que Mateo o Lupita o Iván, van a seguir yendo a su escuelita porque gracias a ti tiene un lugar seguro a dónde ir.

Para no irme tan atrás, las últimas semanas he recibido yo una cantidad ENORME de amor. Primero el día de mi exposición de Fotobordado, que se llamó “Abordando mi territorio, resignificando la historia” en la que mostré el trabajo que hice durante la pandemia bordando fotos antiguas de las mujeres de mi familia y algunos trabajos más de todo lo que he ido aprendiendo. Ahí estaba yo rodeada de un montón de gente que veía mi trabajo y me felicitaba. Ahí estaban las fotos de mi familia viendo todo el amor que se me demostró ese día, puedo honestamente decir que yo estaba desbordada. No lo esperaba, había hecho todo con muchísimo miedo porque me expuse completita, y todo fue precioso, el amor de mis amigos, de mi familia y, una vez más, de desconocidos que cayeron, me rebasó y me conmovió mucho, me hizo creer que haga lo que haga, siempre tendré amor a mi alrededor.

En diciembre murió Tostada y recibí una cantidad de amor y cuidados de la gente que me quiere que no sé cómo habría hecho sin su apoyo y su cariño. Cuando anuncié que había muerto Tostada, pedí que no me mandaran mensajes porque no era capaz de contestar y me apenaba. Sin embargo la gente que me quiere no hizo caso de mi ridículo pedido, me escribían diciendo “no tienes que contestar, pero te quiero y quiero que sepas que aquí estoy para ti”. Hubo mensajes de gente que no conozco en persona pero que son amigos de redes como Instagram que me conmovieron tanto que sé perfecto quienes son. Es cuando sabes que pase lo que pase, cuentas con el amor de personas que ahí estarán siempre para ti. A todos los que no me hicieron caso y me escribieron, me mandaron regalos y me preguntaron un simple “¿cómo estás?” los tengo en el corazón y los celebro hoy, y sé quienes son. Puedo no acordarme de qué tengo que hacer en las próximas dos horas, pero jamás olvido a alguien que me hizo sentir querida.

Otro ejemplo de amor fue el que me hizo sentir Mon Cochón una noche en Montreal. Estábamos viendo una película y eran alrededor de las 12.30 de la noche, en pijama y calentitos mientras afuera hacía un frío tremendo, le dije “hoy hace cuatro semanas fue el útmio día que vi viva a Tostada”, me abrazó, seguimos viendo la película y de pronto veo por la ventana que empezaba una nevada divina, con unos copos enormes que jamás había visto (él sí) y me dieron ganas de salir a caminar. A 12 grados bajo cero, ya en pijama y con calefacción, le dije “podemos salir a caminar tantito” y me dijo que sí, se levantó, se vistió, se puso su gorro y me dijo “vamos”. Fue una nevada preciosa con unos copos enormes que al principio se sentían divino, cuando vio mi cara de felicidad me dijo “vamos a caminar al río”, él no venía preparado para ese frío que sentimos porque pensó que solo saldríamos a ver la nieve, pero Mon Cochon quiere verme feliz, así que caminamos y caminamos y caminamos muertos de risa porque la nieve empezó a caer con más fuerza y lastimaba la cara. Llegamos al río y era precioso, PRECIOSO. Siempre le agradeceré ese sencillo acto de amor, porque alguien puede decirte que te quiere mucho, pero si no lo demuestra, de poco sirve.

He vivido muchos tipos de amor, el de mis papás al irme a echar porras cuando corrí el maratón llenos de orgullo, al ayudarme con mis dos hijos desde el día en que nacieron porque al ser dos al mismo tiempo se dieron cuenta que yo sola no podría, al apoyarme cuando me separé de mi esposo, de manera amorosa e incondcional, al hacerme mi mamá huevito revuelto, chilaquiles, chiles rellenos o mandarme queso porque sabe que todo esto lo disfruto muchísimo. Al tener un papá que si viajo o lo necesito, pasa, recoge y lleva a mis hijos a donde sea que quieran ir porque para eso tienen un abuelo que está presente.

Mis hijos tienen 18 años y son secos como el desierto como buenos hombres adolescentes y, sin embargo, siempre encuentran la manera de demostrarme que me quieren, hay que estar muy receptivo porque con ellos nunca se sabe, pero siempre hay un momento en el que digo “sí me quieren”.

El amor incondicional de Tostada, Salsa, en su momento Chuleta y ahora Morrita. Ese amor que sentimos por los perros y ellos sienten por nosotros, es una de las manifestaciones más claras que hay de que el amor incondicional existe y sana.

Eso… el amor sana, el amor cura, el amor repara, el amor te arma, el amor te impulsa, el amor te mantiene vivo, el amor te hace sentir que puedes seguir, el amor hace que, en un mundo en el que podría se cada día más desalmado, mientras exista amor, hay esperanza de poder seguir.

Así que si me lo permiten, sin globos metalizados rojos en forma de corazón, sin flores y sin anillos con diamantes, sin bombones ni chocolates ni tarjetas, yo celebro el amor, celebro que nos siga manteniendo vivos, celebro que haya gente que sigue deseando querer y ser querido, porque el día que podamos vivir sin amor, será un día que ya no valga la pena vivir.

Feliz día del amor.

El último día de Tostada.

Hoy hace dos meses fue el último día de vida de mi preciosa Tostada, he decidido no recordar el día en que murió sino tratar de celebrar el último día que vivió.

Para escribir este post puse música que me gusta, quiero tratar de transmitirles el maravilloso ser que fue Tostada y quizá así entiendan mejor por qué todavía me duele el corazón, lo escribo y se me llenan los ojos de lágrimas, es inevitable, no sé cuándo será el día en que si pienso en ella no llore. Pero tendré paciencia porque además se merece cada lágrima que sale de mis ojos y porque el duelo no es lineal, vas y vienes, y es diferente para cada persona, un día a la vez.

Tostada llegó a mi vida en marzo del 2011, en un momento en que me tambaleaba y, sin saberlo, estaban por venir momentos terribles para mi.

Acababa de morir mi adorada Beagle que se llamaba Chuleta, de una manera inesperada, había amanecido “rara” así que llevé a mis hijos, que tenían 6 años, a la escuela y me fui al veterinario. Fue un día horroroso porque me dijeron que tenía baja frecuencia cardíaca y que se quedaría en observación, una hora más tarde me dijeron que tenía una hemorragia interna debido a un tumor que tenía en el bazo y se estaba desangrando por dentro, lo primero que le dije al veterinario fue “¿y el cáncer se puede tratar?” a lo que me contestó “el cáncer es lo de menos, se está muriendo desangrada, hay que conseguir urgente donadores de sangre para tratar de estabilizarla y poderla operar”.

Conseguimos los donadores (gracias Sylvia, ese día empezaste a mejorar mi vida sin saberlo), la estabilizaron, la pudieron operar pero al final de la cirugía tuvo un paro cardíaco, trataron de salvarle la vida y recuerdo las escenas como sacadas de una película en la cuál veíamos cómo le daban choques eléctricos en el tórax, ella brincaba pero no respondía, hasta que les grité a los veterinarios que pararan, Chuleta no podía sufrir más. Murió un 5 de febrero. Se me rompió el corazón.

Días muy tristes siguieron, fueron dos semanas terribles de llorar sin parar, no quise hablar por teléfono con nadie porque no controlaba el llanto y no sabía cómo ni cuándo estaría mejor, hasta que de pronto llegó a mi celular la imagen de un Golden adulto en adopción, recuerdo que siempre había querido un Golden pero pensaba que para eso necesitaba una casa enorme y un jardín inmenso y me resigné a no tenerlo nunca, pero se me iluminaron los ojos y le hable a Sylvia, que tenía varios Golden, para preguntarle si consideraba que yo podría tener una adulta ya que si no era cachorro, sería más difícil que acabara con mi casa.

Me dijo que si estaba lista para tener otro perro, ella tenía a la cachorra perfecta para mi, se llamaba Greta, tenía tres meses y medio, había crecido con ella y sus hermanitos y cuando le pregunté por qué decía que era la perra perfecta para mi me dijo “porque es una perra feliz”, lo recuerdo como si fuera ayer, jamás lo olvidé porque fue, es y será siempre perfecta para mi.

Me mandó una foto y parecía un osito de peluche, con una pelota de tenis en el hocico y me enamoré, me dijo que fuera a conocerla, fuimos mis hijos, mi mamá y yo y cuando la vi corriendo hacia mi, supe que era ella, era perfecta, era para mi pero, sobre todo, era para mi corazón.

Le cambiamos el nombre, la historia es larga y no vale la pena contarla, pero la llamamos Tostada. Fue una cachorra terrible, yo no tenía idea de adiestramiento canino, hacía lo que podía con la Godzilla que tenía en mis manos, mientras comíamos en el comedor, se subía a la mesa arrasando con todo. Cuando la llevábamos en el coche, brincaba de un lado a otro de la cajuela hacia los asientos, hacia la cajuela, hacia los asientos… hacia la cajuela… hacia los asientos… ERA MARAVILLOSA.

Mis hijos estaban chiquitos y crecieron esos primeros meses juntos, Salían en la patineta y salía yo con Tostada a verlos, tengo un montón de fotos de esos días y sin embargo ahora siento que no tengo suficientes. Mis tres cachorros eran felices, en ese entonces. Tostada y mis dos niños me hacían la vida imposible y feliz.

Unos 8 meses después empezó la misión de Tostada, reparar mi corazón.

Se acabó mi matrimonio, en octubre me separé de mi esposo y empezó mi época oscura. Empecé a vivir momentos que odiaba con todo mi corazón como cuando mis hijos se iban los fines de semana con su papá y sentía que se me abría el piso, pero Tostada lo reparaba. Cuando se iban de viaje y yo no iba con ellos, Tostada se quedaba, cuando lloraba a escondidas, Tostada me acompañaba.

Tostada hizo lo que pudo y lo hizo bien, lo hizo perfecto. Empezó también a acompañar a mis hijos en su proceso de duelo por su papá y también lloró con ellos. Unos años más tarde los acompañó en la espantosa adolescencia y se convirtió en su válvula de escape. Cada vez que estaban tristes o enojados y me odiaban con todo su corazón, abrazaban a Tostada y se sentían mejor. Empecé a ver cómo tenía cualidades sanadoras y cómo podía ser capaz de abrir tu corazón para ponerle un poco de luz y hacerte sentir mejor.

Años más tarde, empecé a cuidar alguno que otro perro como favor a mis amigas cuando se iban de viaje y empecé lo que más tarde se llamó “La Casa de Tostada”, una pensión casera para perros sin jaulas y que vivían en mi casa como si fueran de la familia.

Fueron ocho años en los que Tostada me tuvo toda la paciencia del mundo, cada vez que entraba un perro en la casa, me veía con cara de “es en serio… otro perro…” pero jamás fue agresiva con ninguno. Había algunos con los que jugaba pero yo sentía que no era algo que le encantara, tenía que compartirme aunque siempre respeté su lugar en la casa, solo Tostada tenía acceso a mi cama y había cosas que solo hacía con ella, para que entendiera que aquí seguía siendo la reina. Ocho años me aguantó mi preciosa Tostada, ocho años que me ayudaron mucho a entender a los perros, aprendí a comunicarme con ellos y, aunque fue agotador porque cada vez descansaba menos días al año y veían más y más perros, fue maravilloso ver a mis hijos crecer rodeados de ellos.

Un día una amiga me mandó un video en el que un Golden, que era Perro de Terapia, ayudaba a un niño que había sufrido un accidente a rehabilitares jugando, “Yo quiero hacer eso con Tostada” pensé.

Busqué información al respecto y un día por fin dí con Bocalán México. Cuando algo se me mete en la cabeza, no se me sale hasta que lo hago. Empecé a estudiar un diplomado en Terapia Asistida con Animales y Tostada y yo estudiábamos juntas, fue una de las mejores épocas de mi vida. Nos íbamos los jueves, viernes, sábados y domingos a la escuela. Teníamos que tomar carretera y acompañadas de música y con un paisaje boscoso éramos muy felices. Cuando había mucho tráfico Tostada se acercaba a mi entre los asientos y yo cantaba y tomaba video, empezó lo que llamé “Carpool Tostada”. Tengo un montón de videos y sin embargo no tengo suficientes.

Cuando hicimos nuestro examen juntas fue maravilloso. Creo que fue la primera vez que hice verdadera consciencia de cómo Tostada me entendía con la mirada, nos hablábamos sin hablar. En el examen tenía que enseñarle en pocos minutos un truco nuevo, recuerdo que tenía que enseñarle a tomar una cubetita con el hocico y caminar conmigo con la cubetita sin soltarla. Recuerdo haberla visto a los ojos y pedirle en silencio “vamos Tostada, sí puedes, podemos juntas…” y lo logramos. Por lo tanto no solo yo pasé el examen, Tostada se llevó un diploma también y lloré de emoción porque juntas habíamos logrado lo que yo consideraba casi imposible.

Vinieron meses de hacer trabajo como voluntarias. En el 2017, en el terremoto de la Ciudad de México, nos pidieron que fuéramos un albergue para leer cuentos con los niños, fue precioso. Como no tenía un peto especial que se les pone a los perros de trabajo, le puse unas alas que alguien nos había donado para los niños. Así que Tostada iba con sus alitas y los niños la consideraban un perro con alas. Una especie de hada, una perrita con magia. Y eso era.

Fue un momento muy difícil para mucha gente pero muy lindo para mi, Tostada y yo hicimos muchas cosas juntas. Nos subíamos al coche y visitábamos gente que necesitaba reír. Visitamos zonas de desastre, visitamos a los “Topos” que trabajaban en derrumbes y en sus tiempos de descanso acariciaban a Tostada. Fuimos a la zona donde estaba el edificio de Álvaro Obregón para acompañar y dar consuelo a los rescatistas que estaban extenuados y a las personas que estaban esperando noticias de sus familiares desaparecidos. Recuerdo en especial una anécdota: Se me habían acabado los premios porque estuvimos más tiempo del que yo planeaba, Tostada amaba la comida y jamás pude quitarle las ganas de robársela, así que la distraía con premios, pero al haberse terminado, tuvimos un serio problema porque estábamos pasando por la zona de comida donde había gente voluntaria dando de comer a rescatistas y familiares, se sentaban en la calle, sin mesa, con los platos en las piernas y yo veía los ojos desorbitados de Tostada deseando robarse un taco, la veía babear y tenía miedo de que pasara lo que pasó… de pronto me distraje una milésima de segundo que era lo que Tostada necesitaba para acercarse a una persona y robarse un taco. Lo que yo consideraba lo peor que podía pasarme, pasó a ser un momento de diversión y un segundo en el que se olvidaron de la tristeza las personas que vieron la escena. Todos los que lo vieron rieron mucho, yo no podía creer lo que había pasado. Un perro de terapia robándole el taco a una persona que estaba a la espera de saber si un familiar suyo que estaba desaparecido había sobrevivido o no. Tostada no pensó en eso, no, ella solo quería ese taco de tinga que le supo a gloria y el dueño del taco se rió y me preguntó si le podía dar otro.

Esa era Tostada… esa perra feliz que quería estar conmigo y comer… nada en la vida le importaba más.

En las reuniones del club de lectura se portaba fatal, se convertían en un campo de batalla para mi y lleno de oportunidades para ella. Varias veces fuimos a dar a hospital en la madrugada porque se había robado algo que le había hecho daño. Una vez fuimos a las cuatro de la mañana porque no paraba de caminar y me imaginé que algo malo pasaba, le tomaron una radiografía y me dijeron “no tiene más croquetas en el cuerpo porque no le cupieron”, cuando vi la imagen no sabía si reír o llorar. Se había robado el costal de croquetas y se lo había comido todo, eran cerca de 5 kilos.

Tostada fue siempre feliz, mientras estuviera conmigo, era feliz. Empezamos a trabajar de voluntarias en una escuela para niños con discapacidad de bajos recursos, La Gaviota. Tostada entendía perfecto lo que tenía que hacer en las sesiones. Seguía mis instrucciones con los ojos, jugaba con los niños con parálisis cerebral y les llevaba la pelota para que trataran de aventarla. Jugaba boliche gigante con los niños de kinder I. Se dejaba acariciar y untar espuma de los niños con Síndrome de Down. Escuchaba con atención rodeada de niños los cuentos que yo leía y se dejaba colgar collares hechos con Frutilupis por los niños de Kinder III. Y cada vez que salíamos de La Gaviota cantábamos de regreso y yo me sentía llena, sentía que el esfuerzo valía toda la pena. Ver a los niños sonreír y gritar “¡Hola Tostada!” cada vez que llegábamos hacía mi vida plena.

Llegó la pandemia y Tostada y yo no dejamos de trabajar, hacíamos lo mejor que podíamos por zoom, “Tostadazoom” lo llamaba yo. Y siempre aprendía cosas nuevas.

Para mucha gente el encierro fue terrible, para mi fueron dos años de estar con mi preciosa Tostada y mis hijos las 24 horas del día. Seguro fueron los años más felices para Tostada porque estaba donde más feliz era. En su casa con su familia.

El martes seis de diciembre del 2022, a las 3:30 de la tarde, Tostada subió lento, muy lento, las escaleras de mi casa. Veníamos de recoger a mis hijos de la escuela y siempre me acompañaba. Pensé que al bajarse del coche se había lastimado una pata y decidí hacer cita con el veterinario porque algo me decía que era mejor que la atendieran. No quería que pasara la tarde y noche con dolor así que a las 7:30, después de dejar a mis hijos en el fútbol, la llevé esperando que nos atendieran rápido porque yo tenía clase de Historia.

“Tiene dolor abdominal” me dijo la doctora que la atendió. Se me hizo raro porque yo estaba segura que era una pata. Se la llevaron a hacerle una radiografía y tardaron mucho. Esa más de media hora de espera me pareció eterna. Cuando salieron los doctores, vi a Tostada acostada sobre la cama de exploración muy tranquila, pensé que estaba sedada porque casi no se movía, pero no, lo que tenía era dolor. Pasé y me dieron las peores noticias. En la radiografía no se veía algo malo en el abdomen pero en el tórax no se veían los pulmones ni el corazón porque había líquido libre por todos lados, por lo que le hicieron un ultrasonido y vieron en el corazón una masa enorme.

Una masa enorme en el corazón… Si yo les dijera que cada vez que yo representaba a Tostada lo hacía con un corazón enorme en el pecho, no me lo creerían. Tengo un dije de plata que traigo colgado en el cuello con un Golden con un corazón enorme que compré hace muchos años. Cuando estuve en unos talleres de Juegos Colaborativos para la Paz, en una dinámica hice una Tostada con un corazón enorme. Cuando tomé una clase de Papel Maché, hice una Tostada con alas y un corazón enorme.

Siempre lo hice así porque siempre sentí que Tostada tenía un corazón grande lleno de luz y amor que nos daba a todos los que la conocíamos. A los niños de la Gaviota, a los rescatistas en el temblor, a los niños con cáncer que fuimos a visitar a un hospital, a los niños con los que leíamos en los albergues, a mis hijos cuando lloraban, a mi cuando estaba deprimida, a mis amigas cuando la acariciaban… Siempre un corazón enorme y ahora tenía una masa en el corazón que había provocado una hemorragia interna que no la dejaba respirar.

La tuve que dejar en el hospital, firmé una carta donde decía que estaba enterada que era un paciente grave con riesgo de muerte, pero pensé que era solo precaución. Me despedí de ella, estaba tranquila, con los ojos parecía decirme “no te preocupes y ven mañana por mi”, lloré pero jamás pensé que eran mis últimos momentos con ella viva.

Un par de horas más tarde me dijeron que habían logrado drenar parte del líquido en el tórax, que era sangre y que habían sacado muestras de la masa para analizarla en laboratorio.

Un par de horas más tarde me hablaron y me dijeron que era una llamada rápida para decirme que había tenido un paro respiratorio, que estaban practicando resusitación y que me llamarían unos minutos después. De los peores minutos de mi vida, ofreciendo de todo para que se hiciera el milagro, que se salvara, Tostada no se podía morir así, sola, de pronto, sin mi cantándole como siempre le cantaba, no, Tostada no se podía morir.

Minutos más tarde, Tostada murió, eran las 2:30 de la mañana.

Fuimos a despedirnos en ese momento mis hijos, Mary (la señora que trabaja hace años en mi casa) y Estrella (su hija) porque quería verla todavía bien, calientita, quería abrazarla y decirle que gracias a ella, cumplí sueños que solo con ella tuve, que gracias a ella los peores momentos de mi vida fueron superados, que gracias a ella entendí el amor tan grande que puedes sentir por un animal y ese animal por ti, que gracias a ella entendí que la comunicación con los perros es posible y que gracias a ella mi corazón se hizo más fuerte.

Tostada murió por una masa en el corazón, ahora creo que esa masa se creó por tanto amor que dio, no le cupo más en el pecho, no podía dar más y se salió de control.

Sigo despertando pensando en ella, sigo viéndola afuera de la regadera todos los días después de bañarme, sigo deseando sentirla en mis pies cuando hace frío en la madrugada, sigo deseando verla en el patio mientras medito, sigo deseando cantar con ella en el coche canciones de Cold Play o José José mientras hace cara de “otra vez, es en serio…”

Tostada, no puedo sentirme mas agradecida de haberte tenido en mi vida, no puedo creer que hayas sido parte de mi corazón y ahora no estés, no puedo creer que te hayas ido pero puedo aceptar que tu corazón estaba lleno, que esa masa era de tanto amor y que fue la que te ayudó a tomar la decisión de partir.

Me voy a reconciliar con esto preciosa, lo prometo. Hoy hace dos meses, a esta hora, todo estaba bien, no tenía idea que eran mis ultimas horas contigo y, sin embargo, recuerdo bien que estabas acostada al pie de la escalera, me senté en el piso y te canté “you are my sunshine, my only sunshine, you make happy when skies are gray, you´ll never know dear how much I love you, so please don´t take my sunshine away”.

Cada vez que salga el sol, pensaré que ahí estas, my sunshine, my lovely and only sunshine. Te adoro preciosa. Tengo miles de fotos tuyas y, sin embargo, no tengo suficientes.

Me corté el fleco.

No sé por dónde empezar así que empiezo por contarles que me corté el pelo, incluyendo el fleco.

Muchas mujeres entenderán de lo que estoy hablando, para quienes no lo sepan, se los explico.

Por alguna razón, cuando una mujer termina una relación o pasa por un cambio que le está costando mucho trabajo, se corta el fleco, quizá en un intento de hacer un cambio radical que le ayude a olvidar por lo que está pasando o porque piensa que un cambio de imagen le va a ayudar para avanzar más rápido. No lo sé, me encantaría que alguien me lo explicara, porque lo que es un hecho es que la mayoría de las veces terminamos arrepentidas porque el fleco no ayuda en nada, todo lo contrario, nos vemos al espejo y decimos en voz alta “qué demonios estaba pensando”, incluso hay memes y publicaciones que advierten “NO TE CORTES EL FLECO” sin embargo, lo hacemos.

No se asusten, Mon Cochon y yo seguimos juntos, pero el último mes del año fue tremendo para mi, todavía me estoy limpiando las rodillas como cuando te caes y lo único que te queda es ver si el raspón fue leve o te salió sangre, si se te rompió el pantalón o no fue tan grave.

El 2022 había sido un año muy complicado para muchas personas que quiero pero muy bueno para mi. Las cosas que me propuse a inicios de año las pude cumplir y no tuve tiempo de contarles porque no paraba pero en octubre cumplí un sueño que tuve cuando corrí un maratón: hacer una exposición de fotografías antiguas de mis abuelas y las mujeres de mi familia bordadas a mano por mi. Fue INCREÍBLE, no quiero hablar mucho de eso ahora porque quiero estar mucho mejor de ánimo para poder expresar lo mejor posible lo lindo que fue, lo que significó para mi haberlo hecho, haber vencido el miedo de exponer y exponerme y haber recibido tanto cariño y tanto apoyo de la gente que me quiere y también de la que no, de la que me conoce y de la que no me conocía, fue un sueño que trabajé para cumplirlo, trabajé mucho, muchísimo, pero ver a mis hijos ese día, a mi mamá, a mi papá, a mi familia, a mis amigos, reunidos todos para apoyarme, superó todas mis expectativas cuando imaginé con hacerlo. De verdad me siento muy agradecida con la vida, con mi gente y muy orgullosa de mi por haberlo logrado.

Pero todavía seguía viviendo en un sueño divino, todavía no se los había contado porque de esa exposición salió mucho trabajo, cuando se me abrió el piso y perdí el equilibrio, me aventaron, me pusieron pruebas que no me esperaba y es que la vida es así, un día estás en las nubes y en la noche estás en un túnel.

Los primeros días de diciembre se cayó mi mamá, de la manera más inesperada posible, en la noche, en la calle, sacando a Yuri su perrita, a quien unos días antes la habían diagnosticado con un cáncer muy agresivo y el veterinario daba como única solución cortarle una patita trasera. Lo estábamos sufriendo mucho cuando de pronto sucede este accidente que le rompe a mi mamá la rodilla, el cuál la mandó al hospital y le dijeron que había que operarla.

Así que después de tener unos días ajetreados para agendar la operación de mi mamá y la de Yuri, se decidió que sería el mismo día, en la mañana operarían a Yuri y en la tarde a mi mamá, así las dos estarían hospitalizadas al mismo tiempo y se recuperarían en casa después los mismos días.

El día anterior a la cirugía, cuando todo parecía en calma, Tostada (mi compañera del alma, una Golden preciosa de 12 años) se sentía rara en la tarde, algo no me parecía bien porque no quería caminar, supuse que se había lastimado una pata y la llevé al veterinario a las 7:30 de la noche pensando que le inyectarían un analgésico y listo, pero seis horas después murió y se me rompieron el corazón y el alma al mismo tiempo mientras trataba de digerir lo que estaba pasando, no puedo ahora entrar en detalles porque Tostada se merece un post para ella sola, pero esa noche fue terrible para mis hijos y para mi, pasamos la noche en vela y a las 6 de la mañana, como pude, me bañé para llevar a mi papá al hospital veterinario a llevar a Yuri para que le amputaran la patita y estuvimos ahí todo el día. Yo estaba como adormecida suplicando despertar de la pesadilla y darme cuenta que Tostada no había muerto. Pero nunca desperté. Del hospital veterinario nos fuimos al hospital donde más tarde operarían a mi mamá. Fue un día que todavía no sé cómo sobreviví. En realidad fue una semana que no sé cómo sobreviví.

Todo se fue acomodando, mi mamá se ha ido recuperando, lento pero va bien. Yuri tiene ahora tres patitas y ha sufrido mucho pero se ve cada día más alegre, y, como les digo a mis papás, está viva.

Tostada no regresó.

Tostada no va a regresar.

Eso no se acomodó.

Agradezco muchísimo todos los mensajes de la gente que me dice que es un ángel que me cuida desde el cielo, o que me está esperando a la orilla del arco iris, pero yo la quisiera aquí. Ella sabía perfecto cómo consolarme y cómo alegrarme la vida y ahora, que la necesitaba mucho, la extrañé como nunca.

Tengo a Salsa, mi perrita loca tercermundista rescatada de maltrato que ha hecho lo que ha podido, pero en lugar de consolarme, me tuve que enfocar en ayudarla yo a ella. Tostada era como su mamá, como su hermana mayor, Salsa era su rémora, y ahora no se “hallaba” sin ella. Cada día más triste dejó incluso de comer. Y eso me entristeció aún más.

Gracias a Dios a finales de diciembre fui a ver a Mon Cochon a Montreal y pasamos unos días increíbles, fueron dos semanas durante las cuales tuve momentos buenos y otros no tanto, pero él siempre se esmeró en alegrarme la vida, objetivo que cumplió, me alegró la vida. Pero había que regresar…

Hace una semana sentí que tenía que hacer algo más, y fue cuando sentí la necesidad IMPERIOSA de cortarme el pelo, después de tanto tiempo de traerlo largo, me urgía un cambio, así que fui y lo hice, “córtalo todo” le dije a la estilista, y, cuando había terminado, le dije “córtame el fleco” a lo que me preguntó “¿estás segura?” y asentí pensando “es lo que necesito, tener fleco”… no sé en qué estaba pensando…

Estaré bien, no me queda duda. He sobrevivido a todos mis peores momentos porque aquí sigo. De todo me he levantado y no es ninguna tragedia, no vivo en Ucrania, no estoy en la bancarrota con 10 hijos que alimentar ni tengo una enfermedad terminal, pero reconozco que sigo triste y respeto mi proceso. Aprendí a no comparar tragedias, a no minimizar mi dolor porque hay cosas peores, porque Tostada era “solo un perro” o porque hay gente que está peor que yo.

Tengo muchos planes para este año, espero lograr alguno, al menos uno, porque me puse metas altas, pero si logro terminar este año sin volverme a cortar el fleco, lo consideraré un éxito.

Gracias a todos los que me han acompañado en estos dos meses complicados, gracias a quienes me demostraron que están en las buenas y en las malas, a los que me demostraron que solo eran capaces de estar en las buenas y se fueron en las malas, y gracias a quienes me sorprendieron porque no contaba con ellos y se hicieron presentes porque fueron un regalo increíble.

Enero ha sido interesante, contaré más adelante, pero hoy que empieza febrero, espero que, al menos, me crezca un poco el fleco.

Hola, soy Diana, y tengo ansiedad.

Hace días que deseo escribir esto y hoy que se celebra el Día Mundial de la Salud Mental me pareció perfecto para hacerlo.

Sí, soy Diana y tengo ansiedad.

¿Sufro de ataques de pánico? no.

¿Me dan mareos o taquicardia? no.

¿Tengo insomnio? no.

¿Fatiga, dolor u opresión en el pecho? no.

¿Siento que de pronto no me entra el aire por lo que trato de inhalar profundamente lo que ocasiona suspiros? esporádicamente.

¿Tengo pensamientos catastróficos? ABSOLUTAMENTE TODO EL TIEMPO.

La cosa es que esto lo normalicé porque me sucede desde niña, lo que me hizo creer que era normal y que todo el mundo tenía los mismos pensamientos que yo. Así que después de una vida de ser de cierta manera, uno cree que es un rasgo de la personalidad y que mucha gente es igual, “soy preocupona” pensé siempre.

Como para poner un ejemplo les contaré que cuando era niña y escuchaba a mis papás discutiendo, como cualquier pareja normal, yo pensaba que se iban a divorciar, pero no solo tenía miedo de que sucediera, no, en mi cabeza pasaba la película completa. Yo frente a un juez tratando de decidir con cuál de los dos me iría a vivir y con el corazón roto por el que no era el elegido, sufría mucho pero pensaba que mis hermanos sufrían igual, nunca lo comenté con nadie porque sentía que así era la cosa. Luego mis papás resolvían el problema y la vida seguía y yo suspiraba agradecida pensando “esta vez no se van a divorciar” pero en mi cabeza quedaba “por ahora…”.

También llegué a pensar que no viviría hasta el año 2000, eso era imposible, el mundo se iba a acabar antes, así que no cumpliría los cuarenta años, pero bueno… nadie seguiría vivo aunque… ¿y si yo sobrevivía una guerra nuclear? ¿viviría sedienta y hambrienta llorando la falta de mis seres queridos, sola y con pocas posibilidades de seguir viviendo? ¿trataría de sobrevivir o buscaría mejor morir? ahhhh pero el suicidio es un pecado mortal, tendría que esperar a que Dios decidiera que era hora de morir. Ojalá lo decidiera pronto.

Y claro… todos los niños pensaban igual, según yo.

La ventaja de esto es que yo no tenía grandes expectativas, jamás me imaginé, como lo hacen otras niñas, vestida de blanco en la iglesia a punto de casarme con el hombre más perfecto del mundo, no, yo no me iba a casar. Tampoco tendría hijos lo cual era muy bueno porque no iban a vivir en un mundo devastado entre cucarachas por los méndigos Rusos que habían echado una bomba nuclear, no. Todo era mejor sin imaginar nada bueno… ahí está lo malo. Que yo solo imaginaba dolor, no felicidad.

Sin embargo era una niña feliz, no considero que mi infancia haya sido horrible, vivía en Dianalandia, un mundo creado por mi y para mi. No imaginaba catástrofes todo el tiempo, solo cuando había algún evento como alguna noticia en el radio o una discusión entre mis papás. Estoy dotada de una gran imaginación, lo malo es que la uso para imaginar siempre lo peor.

Pero estoy tan acostumbrada a eso que lo normalicé, jamás lo catalogué como ansiedad. “Solo soy preocupona”. Ya ni les cuento lo que viví después del terremoto de 1985 ni lo que he llegado a imaginar, aprendí a dormir con la puerta abierta de mi cuarto porque si la cerraba y el aire movía un poco la puerta, me despertaba sudando pensando que estaba temblando (obvio se caía mi casa y yo quedaba enterrada sin que nadie me escuchara por días totalmente deshidratada y deseando una muerte rápida” pero bueno, seguramente todos tenemos el mismo miedo ¿no? seguro todos imaginamos que podemos morir después de días de gritar desesperados para que alguien nos escuche. Yo no soy la única. Sí… claro…

Llegaron mis hijos y las cosas se mantuvieron pero cambiaron mis miedos. Lo curioso es que no me daba miedo que algo les pasara a ellos sino a mi. Si yo me moría ¿quién los iba a cuidar?. Las cosas se pusieron muy graves cuando debido a un asalto murió Mariana Levy, una actriz mexicana muy joven que sufrió un infarto provocado por el susto al ver que los estaban asaltando y estaba en el coche acompañada de su esposo y sus hijos. Recuerdo que pensé en ese entonces que no solo te puedes morir porque te maten de un balazo, no, te puedes morir de un susto, qué terrible, con lo miedosa que soy. Mi hermano menor (si estas leyendo esto sabes que eres un ca…brnnn) me asustaba en mi casa escondiéndose en las equinas y gritaba “¡BU!” muy fuerte y yo sentía que se me salía el corazón del pecho. Cualquier cosa o ruido inesperado me hace saltar y me salen lágrimas de inmediato, así que ese juego de asustarme está prohibido si quieres ser parte de la gente con la que quiero estar. Pero esa manera de reaccionar a los sustos de mi hermano me hizo creer que si un día me asaltaban, seguro me iba a dar un infarto y me iba a morir dejando solos a mis hijos, tan chiquitos sin mamá. Tenían dos años más o menos y me partía el corazón dejarlos huérfanos.

Pero en esa ocasión la pasé tan mal que pedí ayuda. Fui con quien en ese entonces era mi homeópata de cabecera a decirle que no quería vivir así, que si necesitaba un Psiquiatra, me lo dijera, o alguna medicina o algún tratamiento, algo que detuviera las películas que me hacía en la cabeza. No recuerdo qué me dijo pero me dio un tratamiento y se me quitó. Me calmé bastante y seguí con mi vida.

Les cuento un ejemplo de que no todo el mundo es como yo. Hace unos años, mi amiga la Che (que ahora le digo Sis) me invitó a andar en bicicleta con los niños a un parque precioso que se llama Xochitla, ya habíamos ido varias veces y la pasábamos muy bien, pero era un par de días antes de que terminaran las vacaciones y le dije que no, que mejor no, a lo que ella coincidió, pero les comparto más o menos la conversación:

—¿Cheee (así dice), vamos mañana a Xochitla con los chavos?

—Ay no, no friegues, pasado mañana entran a la escuela.

— Sí, tenés razon (recuerden que es argentina) mejor otro día

—No, es que imagínate que se caen de la bicicleta y se rompen un brazo o una pierna ¡qué horror! y luego hay que ir a urgencias, el dineral que cuesta eso y luego no pueden ir a la escuela después de dos meses metidos en la casa, no no, vamos otro día.

—¡Boluda estás loca! a mi lo que me dio flojera fue el tráfico, es fin de vacaciones y el regreso se va a poner fatal ¡y tú te fuiste ya hasta el hospital con chamacos sangrando!

Nos reímos, pero en mi cabeza yo tenía razón, el tráfico es lo de menos, yo no quería ir a urgencias.

Esto no está bien, Esto NO ES NORMAL.

No toda la gente imagina el peor escenario como yo, no soy preocupona, tengo ansiedad. Esto lo acepté hace unas semanas, y fue porque uno de mis hijos, que ya tiene dieciocho años, fue a una fiesta, la primera después de la pandemia y yo tenía que recogerlo a la una de la mañana.

Lo dejé a las 9 de la noche en la casa de la fiesta y me regresé a mi casa a dormir, pensaba poner el despertador a las 12.30 para irme a recogerlo pero Mon Cochon me habló por teléfono y me mantuvo despierta para evitar que me durmiera y después no escuchara el despertador o me fuera medio dormida manejando por él. Así que como pudo me entretuvo casi tres horas, hablamos de tantas cosas sin sentido… cuando me escuchaba bostezar me decía “hey hey despierta!!! te conté el día que…” (es lo máximo Mon Cochon). Y cuando por fin fueron las 12.30 y colgamos, me iba a poner mis crocs horribles esas con borrega por dentro que son una maravilla para andar en la casa cuando hace frío y pensé “no, no puedo ir en crocks, qué tal que necesito correr, qué tal que por alguna razón tengo que bajarme del coche y perseguir o rescatar a alguien” (obvio ese alguien era mi hijo que en la película de mi cabeza gritaba desesperado pidiendo ayuda y yo corría para rescatarlo) así que me puse mis tenis porque si voy a correr, mi mejor oportunidad de ganar es con tenis.

Me fui por él. No pasó nada, no tuve que correr, no tuve que rescatar a nadie y llegamos tranquilos a la casa como debí de haberlo imaginado siempre.

Como dicen por ahí, la mayoría de las cosas que te preocupan nunca suceden y eso es lo que ha pasado a lo largo de mis cincuenta y dos (casi tres) años. Mis papás siguen casados y no tule que elegir con quién vivir. Rusia no ha lanzado un misil nuclear (aunque está a punto). No me he quedado enterrada bajo los escombros de mi propia casa gritando ahogada pidiendo ayuda y mis hijos chiquitos y totalmente dependientes de mi no se quedaron huérfanos a los dos años. Pero en mi cabeza esto solo es suerte… todavía lo peor puede pasar, y en mi cabeza todos somos iguales.

Pero al día siguiente de la fiesta me di cuenta, me cayó el veinte y pensé “no creo que toda la agente elija zapatos dependiendo del peligro al que se van a enfrentar” y me dio mucha tristeza pero también me sentí aliviada porque yo no soy preocupona, yo estoy enferma y sufro de ansiedad y puedo pedir ayuda y sentirme mejor.

Hablé con mi amiga Xó y le dije que creía que necesitaba ayuda y me dijo que sí, que todos estamos pensando en que las cosas podrían salir mal, o teníamos miedos o preocupaciones, pero yo vivo en estado de alerta 24/7, si hay un riesgo calificado como nivel dos, yo me voy al nivel diez. Yo veo catástrofes en mi mente, no posibles contratiempos.

¿Saben qué? aceptarlo fue liberador.

Lo único que me preocupaba es que pensaba ¿cómo puedo cambiar algo que vengo haciendo toda mi vida? ¿cómo puedo dejar de ser así? esta soy yo ¿cómo puedo ser diferente? en realidad no quiero ser diferente.

Pero algo bueno que aprendí hace muchos años, cuando me separé de mi esposo (es chistoso pero ese miedo jamás cruzó por mi mente, nunca pensé que al casarme me podría divorciar, y eso sí sucedió), fue pedir ayuda. Aprendí a pedir ayuda y aprendí que muchas cosas no tengo por qué hacerlas sola ni saber cómo hacerlas, así que empecé un proceso de terapia.

No llevo mas que dos sesiones y en la primera sentí mucha paz porque la psicóloga me dijo “tú eres quien eres, no te vamos a cambiar, es un rasgo de tu personalidad, esto es biológico, sería inútil tratar de evitar a toda costa los pensamientos negativos y cambiarlos por positivos con pura fuerza de voluntad, no es real, no va a pasar que un día seas el Dalai Lama y solo fluyas llena de paz, porque no es así de fácil, pero lo que sí vamos a hacer es ayudarte a tener herramientas para que lo puedas manejar y puedas vivir en paz. Ya con eso me di cuenta que había hecho bien. Y también me sentí aliviada porque podría seguir viviendo en Dianalandia, solo que ahora podría ser un lugar mejor, donde puede haber cosas malas, pero también buenas y también puedo ser capaz de manejar las malas cuando y si se presentan, Dianalandia puede ser un lugar en el que no solo suceden catástrofes.

Todo esto lo cuento por dos razones, una es para que en unos años yo pueda leer esto y sentirme muy feliz de haber pedido ayuda y la otras porque si alguien es como yo, crea que solo es preocupación y que es normal, y que la gente que no se preocupa es una inconsciente que no ve la realidad (seh, eso pienso yo, hay una cantidad enorme de mamás inconscientes que no cuidan bien a sus hijos desde mi ególatra punto de vista), puede estar sufriendo de ansiedad. Porque la ansiedad es vivir en el futuro y no solo eso, verlo terriblemente malo.

No es necesario vivir así. No se puede vivir así, hay manera de vivir diferente. Vivir mejor, vivir en paz sin por eso ser evasivo, se puede vivir pensando que algo malo puede pasar pero también quizá no pase, pero no es probable que hoy caiga una bomba nuclear, al menos no hoy. Hoy estoy aquí, en mi casa, escribiendo en mi computadora escuchando la música de la película La Misión, con mis perras junto a mi, acurrucadas porque hace frío, tomándome un té porque me estoy helando, esperando terminar este post para ver si me da tiempo de ver una película con Mon Cochon y si no, leer un rato. Yo creo que la bomba nuclear puede ser la próxima semana y si Rusia decide lanzarla, quizá no sobreviva así que es muy probable que no esté tratando de sobrevivir totalmente deshidratada y no haya mucho de qué preocuparse.

Por favor, si te identificaste con mi manera de ser, pide ayuda, no eres preocupón, procupona o preocupone… tienes ansiedad. POR FAVOR PIDE AYUDA.

La salud mental es prioridad. Si alguna persona cercana a ti tiene una enfermedad como depresión, ansiedad o alguna otra, no la sueltes, no la obligues, no la juzgues y NO LA SUELTES.

Si te identificaste conmigo, tienes solución. Te mando un gran abrazo con cariño. No es fácil vivir así. No lo hagas.

Hola, soy Diana y tengo ansiedad.

Los zapatos de mi tía María y Rocitos de oro.

Hoy terminan las fiestas patronales de mi familia. Así les digo porque son cuatro días de festividades. El 13 de agosto es santo de mi mamá, el 14 su cumpleaños, luego el 15 es santo de mi tía María y el 16 su cumpleaños. Así que son fiestas como de pueblo, en la familia de mi mamá sí se usaba celebrar el día de tu santo, tradición que se ha perdido en la actualidad, pero nosotros tenemos muy presentes esos cuatro días y mis primos (y algunos hermanos) se siguen confundiendo qué día se celebra el santo de quién y el cumpleaños de cuál.

He escrito sobre mi mamá, mi papá, algunos tíos cuando han muerto y a otros para despedirme porque sé que su partida está cercana, pero nunca he escrito de mi adorada tía María y gracias a Dios hoy lo hago porque tengo ganas de contarles de ella porque hoy es su cumpleaños pero no está cerca su partida ni se ha ido al cielo a celebrar con mis tíos que ya andan por allá (y espero que le tome mucho tiempo más).

Mi mamá es la más chica de 8 hermanos, y mi tía María es la que le sigue para arriba, se llevan pocos años y siempre han sido muy unidas. Tienen el carácter muy diferente pero se llevan muy bien.

Mi tía no se casó y vivió siempre en casa de mis abuelos, a quienes yo visitaba mucho y me encantaba quedarme a dormir. Los primeros años dormía en la cama de mi tía con ella, era una cama individual y más o menos cabíamos, pero ella es muy alta y pronto nos quedó chica, así que ponía un colchón individual en el piso, junto a su cama y yo dormía ahí. Me sentía como en una cueva porque era más abajo de su cama, no la veía y solo la escuchaba, aunque la escuchaba poco porque se quedaba dormida pronto. A mi no me paraba la boca y casi siempre le contaba cuentos, su favorito era “Rocitos de oro”, se moría de risa cuando se lo contaba y yo no sabía por qué, seguro me hacía muchas bolas y lo contaba todo al revés, recuerdo que le decía “no te duermas tía que todavía no acaba” y yo solo escuchaba “mmmhhmm sí te oigo” entre susurros porque ya estaba más dormida que despierta hasta que a mi me vencía el sueño y me quedaba dormida también.

En su clóset tenía unas fotos pegadas, una era de su novio, que me parecía guapísimo, se llamaba Engelbert Humperdinck (recuero perfecto cómo lo pronunciaba ella pero obvio lo tuve que googlear para escribirlo bien) y siempre pensé que su novio tenía un nombre muy difícil y me extrañaba no ver fotos de los dos juntos. Fue muchos años después cuando supe que era cantante y se me acabó la ilusión de conocer a Engelberrsh Humperdik (como yo le decía). La otra foto era una postal ilustrada de una bailarina de flamenco con un vestido rojo bordado y tenía “brillos”, con esa me imaginaba yo vestida así bailando algún día.

En su cajonera con espejo tenía joyas en una base de porcelana y yo me ponía todos sus aretes que eran de presión, en el primer cajón tenía cadenas y collares porque siempre le ha gustado ponerse bonita (como ella dice) y siempre manoseaba yo todo y luego no me acordaba cómo estaba acomodado, seguro dejaba hecho un desastre pero no me importaba porque mi tía jamás me regañaba.

Era muy común que me quedara con ella a dormir y luego en la mañana nos fuéramos a misa de 6, con los ojos pegados y apenas moviendo un pie tras otro pero era lo que se hacía y no se cuestionaba, creo que ella lo ha hecho toda su vida, aunque ahora, en la pandemia, tuvo que adaptarse y ve misa en linea (pero de que escucha misa, señoras y señores, escucha misa todos los días).

Cuando mis papás viajaban, mis dos hermanos mayores se quedaban con mis abuelos paternos y mi hermano menor y yo nos quedábamos con mi tía María. Luego ella me llevaba a la escuela en su vochito (un Volkswagen) verde sin cinturón de seguridad y frenaba de pronto, chocando yo a cada rato con el tablero muerta de risa, todavía me acuerdo de los colores y botones del tablero que también movía yo todos.

Cuando salíamos de su casa hacia la escuela, se ponía unos zapatos HORRIBLES pero “muy cómodos” para llevarme y yo sufría porque me daba pena que mis amigas vieran esos zapatos tan feos, no podía ser que mi tía tuviera un novio tan guapo y unos zapatos de pordiosera, no correspondía, y yo le decía con cara de fuchi “¿así me vas a llevar?¿con esos zapatos nos vamos a ir?” y ella me decía “sí claro, son muy cómodos” y yo quería morir de vergüenza, no se le olvida y siempre lo cuenta muerta de risa.

Mi tía es como la hermana siamesa de mi mamá. Toda la vida he convivido con ella como si fuera mi otra mamá. A donde quiera que vayamos, va mi tía, al museo, va mi tía, a comer, va mi tía. De viaje, va mi tía. Para mi es parte de mi vida, no concibo salir con la familia y que no esté mi tía. A veces les digo a mis amigas que es como mi tía llaverito, porque va siempre como las llaves.

Es relajada y tiene un sentido del humor increíble, otra cosa que recuerdo mucho es que ver con ella los concursos de “Señorita México” o “Miss Universo” era un placer, era garantía de que sería divertido, es bastante ácida y se comía vivas a las concursantes con comentarios como “mira la boca de esa muchacha, se ahoga en la regadera” y así recorría una por una señalando alguna característica usando palabras como “es atacante, quequi (diminutivo de qué quijada), pavorosa, etc”, lo cual hacía muy atractivo ver concursos con ella, peeeeero una película JAMÁS. Es de esas personas que te narra lo que ve todo el tiempo, es como un “close caption” en audio y en español, puede ser desesperante, ir al cine con ella es impensable. Una vez me atreví a hacerlo y llegó el punto en que le dije “tía, estamos viendo la misma película, no necesito que me la narres” a lo que le importó un pepino, me dijo “que odiosa eres” y siguió con su labor descriptiva… Pero es lo máximo.

Algo que me encanta de ella es que es de esas personas que en serio no le importa lo que piense la gente de lo que dice o hace, no tiene filtro, si tiene algo que decir, lo suelta sin medir. Tampoco se fija en las formas ni trata de quedar bien con nadie. A veces mi mamá la corrige y le dice “María, no le has hablado a merenganita para saludarla” y contesta que le da flojera que no lo cree necesario, mi mamá siente mucha pena y trata de hacerla entrar en razón hasta que mi tía termina por hablarle a merenganita para que mi mamá esté más tranquila (o la deje en paz).

Es muy alta y me sorprende mucho lo derecha y fuerte que está. Tiene actitud positiva y una fe en Dios inquebrantable. Reza mucho (nos da risa porque a veces reza con cara de sufrimiento y parece que está a punto de darse una azotes) pero es la persona con más confianza en Dios que conozco, ella sí le deja los problemas en sus manos, acepta el resultado, decide que esa es la voluntad de Dios y sigue adelante.

Siempre anda muy abrigada, incluso en verano trae suéter de lana, y Dios nos libre si se moja porque dice que se enferma. No sale en la tarde si ve que va a llover porque “nos agarra el agua” y recuerdo una anécdota (se va a enojar cuando la lea porque me he burlado hasta el cansancio) en la que le dio gripa y dijo “es que estaba en misa, me cayó agua bendita y fíjate que me enfrié”. Espero que nunca se me olvide porque me rio mucho y eso me alegra, para mi reír es importante.

Algo lindo de ella es que me deja que me ría sin enojarse o sentirse, nada más dice “ay Diana, qué venenosa, ya verás”.

Tiene una memoria privilegiada, pero de verdad sorprendente. Recuerda la edad de todos los sobrinos, en qué año nació Arturo “el de Cuca porque es más grande que Oscarito el hijo de Oscar porque en 1963, cuando estaba Juan Carlos cumpliendo seis años…” y así te suelta datos y fechas con una precisión impresionante. No sé cómo le hace pero recuerda datos y fechas como si hubiera ocurrido ayer.

Muchas amigas mías la conocen como “la tía del pan” porque todos los viernes (antes de la pandemia) íbamos a merendar a su casa pan dulce y chocolate caliente. Me acuerdo que de niña le ayudaba a hacerlo siempre con una cuchara en la mano para que me dejara probarlo cuando estaba derretido en la ollita destartalada antes de pasarlo a la olla con leche hirviendo, era para mi una tradición. Cada viernes era viernes de pan.

Empezó a trabajar muy jovencita y toda su vida laboral la pasó en la UNAM en la Escuela para Extranjeros, trabajo que siempre disfrutó mucho y no se quería jubilar, hasta que vino la pandemia y no hubo mas que quedarse en casa y dejar de salir. Recuerdo que yo me ponía muy nerviosa porque sentía que no se estaba cuidando bien y un día le hablé por teléfono para hacerle ver la importancia de usar gel, tapabocas KN95 y no las mugres que usaba, de que no fuera nadie a su casa y de que no saliera ni al super. Me acuerdo que le dije “tía por favor, la gente de tu edad es el grupo de personas con más riesgo y más vulnerable” a lo que muy ofendida me contestó “¿me estás diciendo vieja?”…. “Tía tienes OCHENTAYCUANTRO AÑOS!!!!”, “ochenta y tres” me contestó.

A veces creo que está sana porque no se casó. No tuvo hijos aunque siempre nos ha visto a mi y a mis hermanos como sus hijos, pero no ha visto a mi papá como un esposo (aunque ha estado con él desde que mi mamá era su novia porque era su chaperón) pero no es lo mismo verlo que estar casada. Mi tía usa la palabra “francamente” muchísimo así el hecho de no tener hijos ni esposo que a estas alturas solo le estén dando lata la tiene francamente sana.

No veo mi vida sin mi tía María. Cuando voy a comer a casa de mi mamá, paso en automático por ella porque siempre va, si hacemos planes para hacer algo, contamos con ella, entra en el paquete porque mi tía María está atada a mi vida.

La quiero mucho, muchísimo. Me hace reír y sé que si tengo algún problema, cuento con ella. Hemos viajado juntas y han sido viajes increíbles. Desde ir a visitar a mi tío Cel a Estados Unidos hasta irme a Acapulco con ella, mi tía Cuca y mi prima Lourdes (fue un viaje muy interesante que debería de contar en otro post que trate solo de ese viaje para poder contar la anécdota de Topo Gigio).

Si me dijeran que en mi siguiente vida puedo escoger cinco personas para volver a estar conmigo, definitivamente pediría a mi tía María para poder ver Miss Universo juntas, para escuchar la palabra “atacante” para poderla oír decir “francamente” y para ser niña otra vez y pedirle que lleve unos zapatos más decentes porque me da pena y volveré a contar “Rocitos de oro” una y otra y otra vez mientras apenas me contesta porque se está durmiendo.

Eres parte importante de mi vida tía y lo has sido siempre. Te agradezco que acompañes a mi mamá y a mi papá también en este viaje de la vida y que seas mi segunda mamá.

Quédate mucho tiempo con nosotros, todavía quiero que me invites una sopita de fideo, la mejor que he comido en mi vida, con salsita verde y te pido por favor que te deshagas de esa mostaza de tu alacena que tiene diez años negra y caduca aunque según tú esté todavía buena porque la mostaza no se echa a perder.

Necesito todavía de tu memoria para que me cuentes historias de Mami y Papá Celes, de mi mamá y tuyas.

Todavía quiero que mis hijos tengan a su madrina presente y se mueran de risa cuando jugamos “Basta!” o Continental.

Todavía quiero hacer muchas cosas juntas, menos ir al cine. Eso no.

Feliz cumpleaños tía, te quiero un montón y no, no estás vieja ni estarás cuando cumplas noventa años.

Gracias por estar en mi vida desde que abrí los ojos y te vi junto a mi mamá.

Escribiendo con hilo… Mi nueva pasión.

Hoy es el Día Mundial del Bordado y quizá el mejor día para contarles de mi nueva pasión, bordar.

No lo planeé como no planeo casi nada porque tengo esa discapacidad, pero la acepto y fluyo, he dejado de presionarme y de intentar ser quien no soy, así que hago las cosas cuando las siento. Hace unos días quería hacer algo especial para celebrar el día de hoy porque me siento muy agradecida con el bordado, que se ha convertido en mi amigo incondicional, me ha regalado horas y horas de paz, de reflexión, de escape, de trabajo remunerado, de aprendizaje, de herramienta de expresión y, sobre todas las cosas, de felicidad.

No me quiero ir muy lejos ni deseo hacer de esto un ensayo acerca del bordado, pero todo empezó cuando era niña.

Nadie me enseñó a coser ni a bordar, pero veía a mi mamá y a mi abuelita reparar prendas todo el tiempo, sobre todo calcetines. Recuerdo la caja metálica de galletas, como las que salen en las películas (no es un mito) donde tenían hilos de todos colores, agujas, unas tijeritas como para cortar las uñas, con la punta curveada y filosa y una especie de huevo de madera que parecía hueso de aguate que ponían dentro del calcetín para poder hacer un tapetito para reparar el tejido dañado por el uso, hacían verdaderas obras de arte, algo que muchas personas tiraban a la basura, ellas lo dejaban listo para ser usado de nuevo. No sé si para muchas familias esta era una práctica común pero yo lo veía todos los días. A veces le decía a mi mamá “eso ya no sirve mamá, está a nade de romperse” a lo que me contestaba “por supuesto que sirve”. Ahora es una nueva tendencia a la que llaman “mending” o “visible mending” y hacen trabajos preciosos (pero nunca como los de mi mamá o mi abuelita).

Yo no reparaba calcetines ni camisas ni playeras, como ellas, pero jugaba a las muñecas y tenía las típicas Barbies que casi toda niña tiene. Me regalaban vestiditos que compraban en la juguetería de Aurrerá o en el mercado de Coyocán, lindos, coloridos y muy bien hechos, pero un día me encontré un retazo de tela rosa y le pedí a mi mamá unos botones. Le hice a mi Barbie de ese momento un vestido horroroso que era una túnica recta que se abotonaba por detrás con los botones que ocupaban toda la espalda. Era la cosa mas fea del mundo y era mi vestido favorito. Cada vez que se lo ponía me le quedaba viendo horas pensando “me quedó increíble”.

Dejé de coser, nunca aprendí a bordar.

Muchos años después, pero muuuuuchos años después, cuando había terminado mi matrimonio, decidí empezar a correr y a escribir, recuerdo que mi terapeuta me dijo que en una libreta escribiera todo lo que sintiera y lo que quería decir pero no quería o podía compartir y así lo hice, tengo esa libreta guardada y a veces la leo para apreciar el camino recorrido. Unas semanas después abrí este blog para contar mis historias, desde lo que me había sucedido con unos frascos de mayonesa en el súper hasta cómo me habían roto el corazón y descubrí la magia que sentía al escribir y compartir, contar historias se convirtió en algo necesario para mi.

En algún momento decidí hacer unos pajaritos de tela, bordarlos y venderlos para colgar en el árbol de navidad. No recuerdo por qué lo decidí ni cómo lo hice, pero recuerdo que mi mamá me aconsejó comprarme una maquina de coser (yo creo que ella sabía lo que algún día vendría) y tomé clases en Liverpool para aprender a usarla. Hice los pajaritos y fueron un éxito inesperado, pronto se volvió una pesadilla porque lo que en un principio hacía con mucho amor, se convirtió en un trabajo de horas y horas sin parar para poder entregar, así que el siguiente año no los hice.

Empecé a pintar piedras, tampoco sé por qué.

Pero hace unos cinco años hice algo que dije que jamás haría (como muchas otras cosas que también dije y también hice, ya aprendí a callarme la boca) y decidí correr un maratón. Entrené y casi a punto de correrlo me lastimé, fue horrible tener que abandonar la misión, muy frustrante. Poco después lo intenté de nuevo y una vez más tuve que rendirme por otra lesión (quienes corren saben de lo que hablo). Y finalmente hace tres años, en el 2019 lo intenté de nuevo, esta vez diferente, cuidé más mi alimentación, cuidé mucho mi cuerpo y aprendí a escucharlo y fui muy constante y responsable, estaba determinada a hacerlo porque ese año cumpliría cincuenta años y pensé que sería mi mejor regalo ya que correr me salvó la vida cuando sufrí una fuerte decepción y estaba a al borde de una profunda depresión.

La noche antes de correr el maratón, no sé por qué (es que de verdad hay un montón de cosas que no sé y ya dejé de buscar explicación), invoqué a mis abuelas, les pedí fuerza, moría de miedo de correr 42 kilómetros, no quería lastimarme, no quería decepcionarme, no quería otro intento fallido, aunque sabía que estaba lista y bien entrenada, tenía pánico y me agarré de ellas.

Mis abuelas fueron mujeres muy fuertes. Muy diferentes entre ellas, cada una tuvo que pelear grandes batallas.

Mi abuela paterna salió huyendo de España durante la Guerra Civil y llegó a Francia a un campo de concentración, después se encontró con mi abuelo y se casó en un pueblito coqueto. Trabajaron en la pizca de la uva en Burdeos y cuando ahorraron algo de dinero, salieron hacia América. Mi abuela venía embarazada de mi papá, llegaron a República Dominicana y tuvieron que bajar del barco porque tuvo dolores de parto. Ahí nació mi papá y tuvieron que esperar tres años más para ahorrar de nuevo y pagar un boleto para venir a México. Llegaron unos años después a Veracruz, con una mano atrás y otra delante. Mi abuela pudo volver a su querida España, donde lo dejó todo, muchos años después, hasta que murió Franco.

Mi abuela materna, mexicana, venía de una buena familia que deseaba que se casara “bien”. Pero ella se enamoró de mi abuelo, un buen tipo, guapo y de un carácter divino, pero no de buena posición económica. Mi abuela tenía un carácter fuerte y decidido y se casó con quien ella quiso, dejando también atrás comodidades para empezar una nueva vida al lado del hombre que amaba. Poco tiempo después se fueron a vivir a Estados Unidos buscando una mejor vida, allá nacieron mi tía Nena y mi tío Celestino, pero después se anunció mi tío Oscar y en ese tiempo no permitían tener más de dos hijos por el tiempo de la depresión y mi abuela decidió regresar a México, jamás renunciaría a tener a su bebé. Vivieron una vida de muchos sacrificios pero sacaron adelante ocho hijos, pudieron pagarles la universidad a los cuatro hombres, las mujeres de la familia se pusieron a trabajar en cuanto pudieron y entre todos salieron adelante.

Así que esa noche antes del maratón pensé “Mami, Yaya, por favor, ustedes fueron fuertes, pasaron momentos muy duros, yo sé que lo que les pido es una ridiculez comparado con lo que tuvieron que vivir, pero por favor, ayúdenme mañana, háganse presentes, no me suelten y corran conmigo, ayúdenme a cruzar la meta.

El maratón empezó muy bien y cuando llevaba 36 kilómetros pensé que me iba a morir, deseaba con todas mis fuerzas lastimarme, caerme, que me levantara una ambulancia y me trajera a mi casa, pero durante todo el camino pasó algo inesperado. No vi a mis abuelas, vi fotos de mis abuelas bordadas, todo el tiempo fui imaginando fotos de ellas intervenidas con hilos de colores colgados en una pared, no me lo explicaba, sabía que estaba alucinando, pero nunca dejé de verlo.

Terminé el maratón de la mano de mis dos hijos de quince años que me encontraron en el kilómetro cuarenta, corrimos juntos los dos últimos kilómetros, yo iba agotada y fue para mi una de las mejores y mas duras experiencias de mi vida, pero recuerdo que pensé “si logro correr este maratón, voy a lograr cualquier cosa”. Y lo logré, pero no lo hice sola, lo hice con mis hijos y mis abuelas. Así que decidí que algún día tendría que atender ese llamado de las fotos bordadas y hacerles un homenaje, sentí esa necesidad pero no sabía cómo podría hacerlo.

El maratón fue en agosto del 2019. Siete meses después llegó el covid a nuestras vidas, y llegó Gimena Romero a la mía.

No recuerdo cómo pero unos meses antes encontré una plataforma llamada Domestika que vende cursos en línea y había uno de Bordado sobre papel, de Gimena Romero. Lo compré y la empecé a seguir en Instagram. Me inspiraba tanto lo que hacía, es una artista mexicana que, entre otras muchas cosas que hace bien, borda precioso y da unos talleres increíbles.

Empezando la pandemia, pensando que el encierro duraría unas cuantas semanas, decidí empezar el curso, era muy difícil conseguir el material porque todas las tiendas estaban cerradas, además de que nunca había bordado y ni siquiera sabía dónde conseguir insumos.

Recuerdo que antes de conseguir el material que necesitaba, había encontrado un trozo de tela y empecé a bordar las puntadas que enseñaba Gimena, pero ese ruidito que ella hacía al perforar el papel para pasar después la aguja con el hilo me parecía encantador, de ese encanto que te lleva al éxtasis, a imaginar cómo se siente perforar el papel, ese momento en el que no puedes cometer errores porque una vez hecho el hoyo no puedes reparar, no puedes descoser, cómo se siente el hilo atravesando el papel, escuchar ese “desliz” me fascinaba, pero yo no tenía papel y creía que cuando lo tuviera, no escucharía lo mismo porque era la magia de Gimena.

La vida me fue presentado oportunidades, no cabe duda que cuando tienes que hacer algo, no hay manera de hacerse tonto. Si no lo haces es porque no quieres. En línea compré con otra bordadora unos aros de madera, hilos para bordar y mi adorada amiga CC me regaló papel grueso que usa para sus grabados y empecé a bordar. Se hizo la magia… escuché el deliz que tanto placer me provoca, es hipnótico.

Terminé el curso y pensé “y ahora qué sigue”… Pues siguieron muchas cosas. Muchos cursos, muchos talleres, fui haciendo comunidad en Instagram. Empecé a tomar cuanta clase en vivo y gratuita pude, encontré grandes maestras argentinas, chilenas, seguí comprando cursos en Domestika, tomé talleres con Gabi Goitía, de Tejiendo Raíces en Argentina, acerca de emprendimiento. Empecé a seguir a Mónica Rodriguez de Empresas Creadoras (España) y todos los lunes o martes daba pláticas en vivo y empecé a aprender muchísimo. Luego vino la gran pregunta “¿ahora qué hago con todo lo que ya sé hacer?” y vino la terrible respuesta. “NO SÉ”.

Algo que me marcó fue un taller que se llamaba “Palimpsestos Pásticos Narrativos” y, aunque no tenía idea de lo que se trataba, me intrigó y le pregunté a la artista que lo daba, Nelly. Ese curso me abrió al mundo de la escritura y narrativa, ese curso me hizo adentrarme a mi mente, mi cuerpo, mi corazón. Acepté mis cicatrices físicas y emocionales y las bordé, fue tan enriquecedor darme cuenta que podía contar y compartir historias con bordado que empecé a gestar dentro de mi la idea de hacer proyectos más personales y dejar las “florecitas” de lado.

Pero de pronto me encontré con la necesidad de generar dinero, verdadera necesidad por situaciones ajenas a mi. Un día Mon Cochon (mi adorado novio canadiense para quienes no siguen mi blog) me contó que una amiga de él daba clases de crochet en línea a señoras que estaban en su casa encerradas y le iba bien, me sugirió hacer lo mismo y me aterraba “¿yo? ¿enseñar? ¿enseñar qué?”

Unas semanas después estaba dando mi primer taller de bordado con 6 alumnas y estaba apanicada, todo en línea, no sabía ni cómo explicar y si podrían entenderme, pero pensé “si corrí un maratón, puedo hacer esto ¿qué es lo peor que puede pasar? pues que tenga que devolver el dinero”. Y lo hice, di ese taller, dí varios talleres más. Diseñé mis propios kits de bordado y los empecé a vender. Entregaba a domicilio, me iba con mis dos perras de copilotos y hacía largos recorridos por la ciudad. Pero algo me faltaba…

Yo tenía que bordar las fotos de mis abuelas. Me gustaba vender y me gustaba enseñar. Amaba la experiencia de hacer felices a otras personas a través del bordado como yo lo había sido cuando aprendí a bordar, pero algo no cuadraba, tenía que retomar mi proyecto de hacer un homenaje a mis abuelas, recordaba la felicidad que había sentido cuando bordé mis cicatrices y deseaba sentirla de nuevo.

Durante todo este tiempo seguí aprendiendo, comprando libros y tratando de meterme a talleres de bordado en foto.

Llegó el momento en que tuve que decidir si seguir tratando de generar dinero o de retomar el camino de mi proyecto personal y tomé el riesgo. No ha sido fácil pero ha valido la pena.

Llegó lo que llamo mi etapa “Marina”. La llamo así por dos cosas, primero porque conocí a Marina Cerruti, yo la llamaría una “la artista gráfica de Argentina que me dio una patada en el c…” Me imponía mucho respeto porque veía sus obras de bordado en foto y la admiraba mucho. Vi que daba un taller de foto bordado y también un laboratorio de bordado en foto y le escribí, tímida como soy, para preguntarle cuál creería que me convenía más y fue increíblemente amable, me preguntó cuál era mi intención y me aconsejó tomar el taller que era para principiantes y quizá más adelante el laboratorio. Así lo hice y fue la primera persona que me animó y motivó a bordar directamente sobre una fotografía. Es difícil atreverse por primera vez porque sabes que no hay vuelta atrás, si te equivocas, ya no sirve, no puedes sellar un hoyo que hiciste mal y si se rompe el papel ya no puedes seguir bordando. Pero Marina, o Mei, como la llamo ahora que es mi amiga, siempre me ha impulsado a trabajar y a “creérmela”. Después tomé “la labo” y empecé a conocer increíbles mujeres artistas de otros países, mis queridas “compas”.

La otra razón por la que la llamo “mi etapa Marina” es porque Mei me enseñó a hacer cianotipia, que, para no extenderme (casi merece no un post en mi blog sino un ensayo), les cuento que es una técnica en la que mediante unos químicos que pones en papel o tela (o madera o vidrio pero nunca lo he hecho) y con los rayos ultravioleta revelas imágenes en ese soporte (tela o papel) y creas imágenes increíbles en tonos azules que después yo empecé a bordar. Hacer cianotipia se ha convertido en una adicción. Sacar al sol papel emulsionado con los químicos de color amarillo, no saber cuál será el resultado, tomar el tiempo, retirarlo del sol y ver el papel en tonos verdes y marrones, revelarlo y ver aparecer imágenes azules en el papel creadas por esa mezcla de luz y sales es de verdad emocionante.

Con Mei llegué a Viviana Debicki, otra artista argentina con quien tomé un seminario de arte textil en la UNA (Universidad Nacional de las Artes en Argentina) y amaba mis clases de todos los sábados, me abrían los ojos a un mundo de telas, hilos, colores, texturas, fotografías, artistas, genios, experiencias… Me sentía muy intimidada porque era la única mexicana entre alrededor de 30 alumnos argentinos, no me atrevía ni a abrir la boca hasta que un día Viviana me pidió que en una clase expusiera mi arte, me quería morir de vergüenza pensando “¿mi arte?¿mi obra? ¿mis garabatos? ¿mis experimentos? ¿mis cochinadas?” y le escribí a Viviana para decirle que no podría, pero me dijo que ella me ayudaría y no había opción, fue tan cariñosa y me ofreció tanta contención que me atreví (o me atrevieron porque no tuve mucho de otra) y salió muy lindo, era la primera vez que yo hablaba con gente extraña acerca de mi proceso y mi proyecto, y los comentarios que recibí de otros alumnos me hicieron creer que algo bueno estaba haciendo.

Mei me lo ha dicho hasta el cansancio, tengo qué creérmela… pero sufro de síndrome del impostor y siento que no aporto nada nuevo, que todo está hecho, que lo mío son copias baratas de esta mexicana que quiere bordar fotos de sus abuelas y que no debo atreverme a más.

Llegó otra oportunidad con Gimena Romero, un taller de bordado en foto con puntos de posta (como ella le llama) y que me hizo latir fuerte el corazón. Mi presupuesto, sin generar ingresos, me decía que no podía inscribirme pero le mandé un mail a Gimena y había planes de pago así que encontré la manera de tomarlo y era también los sábados.

De pronto el sábado se convirtió en mi día favorito, me llenaba de emoción cuando terminaba el jueves porque ya casi era viernes y vendría mi día favorito. Mi día de aprender, primero con Marina, luego con Gimena, hubo días en que tuve que tomar clases casi simultáneas porque terminaba tarde una y ya había empezado la otra, se llegaron a empalmar y veía una con la computadora y otra con el celular, me estaba volviendo loca porque no quería perderme nada, hasta que Mei me hizo el enorme favor (y todas mis “compas” aceptaron) de recorrer dos horas la clase para que yo pudiera continuar.

En el taller de Gimena aprendí a transferir fotos a tela y bordar unas puntadas antiguas divinas, cada clase era un placer, sentía que estaba donde tenía que estar, eso era lo mio.

A veces, cuando transfiero fotos a tela, las cuelgo en el tendedero de mi casa, veo a mis abuelas y a mi mamá flotando en el aire, a mi tía Nena, y mi propia cara porque empecé a crear atuorretratos. Cuando las veo así siento que mi proyecto sigue tomando forma, cada día me siento más cerca de ver esas fotos de mis abuelas colgadas pero de las paredes en una exposición que cada día me da mas miedo hacer pero pánico no hacer.

El bordado me ha dado un super poder, como escribía hoy en un post en mi cuenta de Instagram, cuando bordo me convierto en un ser atemporal.

No me da hambre, no me da sueño, no siento ganas de hacer ninguna otra cosa, pueden pasar horas y horas y no me duele nada, no quiero parar, camina el sol y no lo veo, empiezo en la mañana y de pronto tengo que comer con mis hijos y lo hago porque si no, no los vería, después sigo y llega la noche y no quiero parar, pero lo hago porque si bordo de noche ya no veo bien. En los días más largos del encierro yo sentía total felicidad porque al estar todo cerrado, tenía el pretexto perfecto para pasar todo el día primero en la mesa del comedor, semanas después en la mesa que era mía de niña donde hacía tarea y la puse cerca de una ventana, luego sentada en una silla ergonómica que me regaló Mon Cochón para no destrozarme la espalda y ahora en una mesa más grande que me regaló mi querida amiga Xó y puse en la sala de mi casa, que cada día se parece más a un taller de una artista que en la sala de mi casa.

Mis hijos me ven sentada aquí horas y horas sin que piense más allá de las puntadas que voy uniendo con el hilo, la aguja, la tela, el papel… ese desliz que me sigue provocando encanto, un encanto que comparo con el que se siente cuando consumes alguna droga que te hace levantarte del piso y volar. Cuando bordo vuelo. Cuando bordo me desprendo. Cuando bordo soy yo. Cuando bordo son mis abuelas. Cuando bordo soy mi mamá. Cuando bordo soy feliz.

Descubrí que cuando bordo escribo, cuento historias, porque siempre hay algo que cuento en cada lienzo de tela bordada o cada foto que intervengo con puntadas, cuento lo que siento, cuento lo que pienso y cuento lo que sucede cuando no bordo.

Gracias Gimena, gracias Mei, gracias Viviana, gracias Nelly, gracias Gabi, gracias a mis “compas” de España, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, México… Gracias a todas las maravillosas artistas que he conocido y que me han abierto los ojos a un mundo maravilloso al que de niña sabía que pertenecía pero me perdí en el camino, estoy ahora aquí, disfrutando cada momento, cada puntada, cada desliz.

GRACIAS QUERIDO BORDADO.